domingo, 28 de diciembre de 2008



Y un, dos tres. Un,dos,tres. Quizás nunca supe que camino eligieron mis pasos. Ellos se movían solos llevando esa maniática cadencia. Me llevaban por bosques oscuros donde habitaban bestias primigenias. Me sumerguían en caudalosos ríos donde las ánimas de los ahogados me interrogaban con sus indiferentes pupilas.
Me hicieron bajas hasta las mismas entrañas de la Tierra, guarida de secretos ancestrales y seres fabulosos. El silencio era inquietante,solo interrumpido por el goteo del agua sobre la dura roca que lo formaba todo.
Y desde el fondo de una gruta llegó una dulce voz. Dulces notas salidas de la nada transformada en la más apabullante oscuridad. Dulces notas que embelesaban mis pasos. Ellos me llevaron hasta allí. Una luz surgió de la profunda sima. Un resplandor del color de la nieve,etéreo,inmortal. Amarrada a la pared con unas poderosas cadenas forjadas por algún remoto dios, había una joven. Nunca encontré las palabras adecuadas para describirla. He intentado cientos de veces hacerlo evocando su rostro,pero las palabras sólo son un pálido reflejo de su belleza. Unos preciosos ojos competían con las estrellas por iluminar el firmamento, una soñadora sonrisa le arrebató el puesto al orgulloso Sol.
Mis pasos me acercaron a ella. Le pregunté con casi en un susurro que hacía encadenada a aquella pared. Su voz sonó como el trinar de los pájaros,cantando al sol al amanecer.
Me dijo que su corazón la había atado a esa pared,que aquella era su penitencia por hacerle caso. Nunca supe que debería haberle dicho. Nunca salió una palabra de mis temblorosos labios.
Lentamente, casi sin moverme, me acerque a ella y la estreché entre mis brazos mientras le susurraba palabras de consuelo al oído...
Porque te prometí un día de sonrisas infinitas :)

sábado, 27 de diciembre de 2008

Príncipes de Persia



Aún recuerdo las tardes de juego en Bagdad. Ya no era así; hace tiempo que se acabaron los juegos infantiles, las risas y la felicidad en la ciudad de la muerte.
Paseé la mirada por el cuarto, cuantos recuerdos de un tiempo acabado. Crucé la habitación con cuidado de que mis pies no hiciesen ruido sobre el parque. Me acerqué a la ventana y me asomé a la desolada Bagdad. Vivía en una de las zonas mas lujosas de Bagdad. El estridente sonido de una sirena interrumpió mis cavilaciones. Bagdad contuvo el aliento. Oí unos precipitados pasos en el pasillo; en el vano de la puerta apareció la asustada cara de Omar. Papá era el conservador del museo arqueológico de Bagdad, y los meses de salvaje expolio y destrucción habían hecho mella en su rostro. Yo ya sabía el macabro protocolo que nos esperaba.
Aún recuerdo la primera vez que Bagdad oyó las sirenas. Yo me quedé paralizado en el jardín, donde jugaba con mi vecino Hassan. Papá apareció corriendo, me cogió en sus brazos y me llevó al sótano, donde ya estaban reunidos Alí y Fátima, el mayordomo y la cocinera. Las sirenas callaron, y unas espeluznantes explosiones ocuparon su lugar. El suelo temblaba bajo nuestros pies, y los viejos trastos que pendían del techo oscilaban peligrosamente. Asustado, pregunté a Papá que pasaba. Él respiró profundamente y me contestó que eran los ángeles de Alá que venían a saludar a sus fieles. Yo le creí al instante, Papá nunca me mentiría.
Los gritos de Papa me hicieron volver al presente, me apremiaba para que nos fuéramos al sótano.
Yo no entendía porqué los ángeles de Alá seguían destruyendo la ciudad. Le pregunté a Papá. Me dijo que él tampoco lo sabía. Una enorme explosión hizo temblar las paredes del sótano. Sentí mucho miedo. Lo último que recuerdo es la cara de Papá sobre mi; me desmayé.
Me desperté en mi cama. La ciudad volvía a estar silenciosa. Me incorpore, y sentí un tremendo dolor de cabeza. Me acerqué a la ventana y conseguí reunir valor para apartar los blancos visillos. Lo que vi me quedó sin aliento. La casa de Mumhad Al-Sadi, mi vecino de enfrente, era una montaña de escombros. Entre los mármoles destrozados del porche distinguí el cadáver de Hassan. Me agarré al alféizar de la ventana, no podía mantenerme en pie por mi mismo. Ya nunca volveríamos a reír juntos, nunca mas volveríamos a jugar a ser príncipes de Persia. Una nueva preocupación surgió en mi interior; si los ángeles se habían llevado a Hassan también podrían llevarme a mi.
Miré hacia la puerta y vi a Papá. Sus ojos se cruzaron con los míos, y comprendió todo lo que pasaba en mi interior. Se sentó a mi lado y me abrazó; y por primera vez en mucho tiempo me sentí seguro entre los reconfortantes brazos de papá. Con lágrimas en los ojos le pregunté que por qué los ángeles se llevaban a la gente. Me contó una historia:
"Hace cientos de años, en la época en la que los grandes shas reinaban en Persia, un valiente guerrero se atrevió a enfrentarse a los enemigos que esclavizaban a su pueblo. Pero una vil traición acabó con la vida del guerrero, y los enemigos asolaron Persia. Cuando la muerte empezaba a parecer la solución para el decadente pueblo persa, aparecieron los ángeles de Alá. Aparecieron como una esperanza. Decían que venían a llevarse a la gente buena para vivir eternamente en el paraíso."
Papá calló. No pude evitar preguntarle si Mamá estaba en el paraíso. La cara de Papá cambió. Pareció viejo y cansado, y la pena inundó su rostro. Con una dureza inusitada me contestó que si, que un fatídico día los ángeles vinieron a llevársela. Yo no comprendía por qué Papá odiaba tanto a los ángeles; ellos eran buenos, llevaban a la gente al abrigo de la misericordia de Alá. Se lo iba a preguntar, pero su mirada me dijo que las preguntas habían acabado. Me besó en la frente y se fue. Me quedé solo con mis pensamientos, hasta que al final caí dormido de puro agotamiento.
Al día siguiente los ángeles volvieron con más insistencia; las sirenas no pararon de sonar en todo el día, y los ángeles se llevaron muchas almas piadosas con Alá.
Los víveres escaseaban en casa, por lo que Papá decidió aventurarse a salir en busca de alimento. Había salido por la mañana, y todavía no había regresado. El sol empezaba a desaparecer tras el minarete de la Mezquita del Viernes. Tuve miedo, y decidí salir a buscarlo. Crucé el vestíbulo. Agarré el pomo de la puerta, y me quedé así unos instantes. No me atrevía. Entonces me acordé de Papá y abrí la puerta. Era la primera vez en una semana que salía de casa. Todo había cambiado; el jardín, exuberante antaño, se había convertido en un árido desierto. Me atreví a bajar las escaleras del porche, y recorrí el camino que llevaba a la verja de entrada. Ésta yacía en el suelo. Un polvo asfixiante lo cubría todo. Miré a mi alrededor. Todo había cambiado. Las casas vecinas ya solo eran montones de escombros. Avance y me quedé inmóvil en mitad de la calle. Levanté los ojos al cielo; dominio de los ángeles. El ruido de una lejana sirena fue seguido de inmediato por otras. Los ángeles venían. Intenté correr, volver adentro con Papá; entonces me acordé de Papá. Todavía no había vuelto. Estaba tan asustado que no podía dejar de mirar al cielo. La sirenas callaron. Entonces los vi; venían por el norte, sobre el Palacio de los Abasíes. Debían de ser ellos, pero no eran como me los había imaginado; unos seres etéreos y gráciles que emanaban serenidad. Venían montados en unos horribles pájaros metálicos; el ruido era ensordecedor. Se acercaban, y cuando estuvieron sobre mí, levantando nubes de polvo a mi alrededor, los vi. Tenían la apariencia de los hombres. Pero no eran etéreos ni gráciles, nada más lejos de la realidad. Los atributos de la muerte se reflejaban en sus rostros. De repente sentí miedo; solo, entre nubes de polvo, triste alegoría de la inocencia. Uno de los ángeles me sonrió; yo me tranquilicé. En la barriga del pájaro se abrió una trampilla. Dejaron caer un objeto brillante en forma de botella. Me acordé de las historias de piratas que me leía Mamá. En ella siempre había una botella con un mensaje. Los ángeles me mandaban un mensaje. Los ángeles venían a llevarme con ellos. Pero todavía no había vuelto Papá. No lo vería más. Un ángel me susurro al oído que no me preocupara, que ya se habían llevado a mi Papá, y que pronto estaríamos juntos. El mensaje llegaba; abrí los brazos para recibirlo. Ruido. Polvo. Dolor. Oscuridad. Mamá. Papá.

jueves, 25 de diciembre de 2008

¿Qué harás tú?



Hacía tiempo que no me decidía a hacer esto,para lo que vivo, aquello que consigue hacerme olvidar todo, escribir . Sentarme delante de una hoja de papel a rayas, y llenar páginas y mas páginas con mi letra de patas de araña. He pasado dos días conmigo mismo,mi familia y un libro. No se porqué tengo la manía de escoger libros que me hacen pensar.
Como no,tenemos que comer todos en familia,en la antigua casona perdida en mitad de bosques y viñedos. No se a quién se le ocurriría esa costumbre que acabó por convertirse en tradición. Ir allí equivale a morirte de frío. Llegué con mi agradable sonrisa y mi libro en la mano. Tras los "como has crecido" de rigor y los besos a todo el mundo busqué algún rincón donde esconderme a leer tranquilamente. Crucé el largo pasillo que une el salón principal al comedor de invierno (nunca he llegado a saber de donde procede ese señorial nombre ) . Todo estaba dispuesto sobre la interminable mesa, relucientes candelabros cargados de velas blancas, cubiertos de plata labrada,y un sinfín de fuentes, escanciadores, soperas repletos de toda clase de comida. Al fondo,presidiendo la estancia bajo un horrible cuadro religioso,había una gran chimenea, por suerte, encendida . Me senté en el frío suelo de granito,abrí el libro y me sumergí profundamente en la historia. Intolerancia, machismo, violencia de género . Y una ciudad . Un país . Kabul, Afganistán . Eran felices viviendo casi en la miseria, Alcé la vista y miré casi con asco la opulenta mesa, el brillo de la plata, el fuego reflejado en las copas de fino cristal . El antiguo tapiz con el escudo de armas de la familia colgado sobre el aparador . ¿Qué mas da la familia, la sangre, el dinero? Ahora es cuando quedaría bien soltar esa bonita frase de "todos somos iguales" . Pero no quiero sentir en la boca el gusto de la hipocresía . Claro que no todos somos iguales, pero deberíamos serlo . No debería importar nada, porque todas las personas deberían ser iguales, independientemente del sexo, procedencia, recursos . Entonces miro otra vez la mesa y me siento mal al pensar en lo tremendamente irónico que suena eso cuando estaré dentro de un momento cenando con cubertería de plata.
El golpeteo de unos tacones sobre las losas de piedra me indicó que alguien venía. La cabeza de mamá asomó en la puerta.
- ¿Qué haces aquí solo sentado?Vente al salón anda,que comeremos dentro de nada.
- No me encuentro demasiado bien, voy a salir fuera a tomar un poco el aire. Dile a los abuelos que luego estoy con ellos.
Huí, mas que salí de allí . Cuando salí del porque una enorme sombra se me abalanzó encima. Cerbero intentó lamerme la cara entre alegres ladridos. Le rasque tras las enormes orejas blancas mientras él me miraba con esos azules ojos inteligentes. Empecé a pasear por los oscuros jardines mientras de vez en cuando veía la blanca silueta de Cerbero correr detrás de los gatos para morderle las orejas.
Seguía con el libro en la mano. De nada sirve refugiarse en la vilipendiada frase de "todos somos iguales ". Lo que en realidad debes preguntarte es ¿qué puedes hacer tú para que esa frase se cumpla? ¿Qué puedes hacer tu para cambiar el mundo? ¿De veras es tan importante que ropa llevarás en Noche vieja o enfadarte porque papá no te compra ese reloj nuevo que quieres? Hay cosas mucho mas importantes en la vida. Y yo pienso dedicarme a ellas, pienso pasarme horas escribiendo y fotografiando momentos para que el mundo occidental despierte de su lujurioso sueño hedonista. Y tú, ¿tú qué puedes hacer para hacer del mundo algo medianamente mejor? Piénsalo.
" - Durante todo el día me ha rondado por la cabeza un poema sobre Kabul. Lo escribió Saib-e-Tabrizi en el siglo diecisiete,creo. Antes me los sabía entero, pero ahora sólo recuerdo dos versos:
Eran incontables las lunas que brillaban sobre sus azoteas,
o los miles soles espléndidos que se ocultaban tras sus muros.
Laila alzó la vista. Vio que su padre estaba llorando y le rodeó la cintura con el brazo.
-Oh, babi. Volveremos. Cuando termine esta guerra volveremos a Kabul, inshalá. Ya lo verás."

martes, 2 de diciembre de 2008

Por seguir haciéndome sonreír :)



Era el antiguo palacio. O quizás no. Quizás fuese ella la que lo hacía levitar sobre el damero de mármol del inmenso salón. La luz inundaba todos los rincones desde los altos ventanales de cristales emplomados. Grandes arañas de cristal veneciano colgaban de los frescos del techo, donde ninfas y dioses habían sido plasmados por la genial mano de un pintor renacentista.
Uno de los altos ventanales estaba abierto, dejando que una suave brisa impregnase la estancia del aroma de las flores mojadas por el rocío de la mañana. Ella caminó con etéreos pasos hacia el jardín que se atisbaba tras la ventana abierta.Él la observaba con la mirada divertida. La siguió cuando salió dejando tras de si la sinuosa estela de su perfume.
Un sendero de fina grava flanqueado por rosales de blancas rosas ascendía hasta un pequeño templete, al modo de los jardines venecianos. Los pasos de Ella casi no se escuchaban mientras subía con aire distraido y soñador hacia la cima. Ella lo mira con mirada interrogante cuando llegan. Un pequeño lago cuajado de lirios blancos rodeaba el templete, saturando el aire de su singular perfume. Sinuosas enredaderas abrazaban las columnas del templete y a lo lejos podía escucharse el murmullo de una fuente. Ella pasó las manos distraida sobre el frío mármol tallado de las columnas. Sintió ese ligero estremecimiento que muy poca gente es capaz de percibir. Y se abandonó a contemplar la ciudad desde aquel escondido refugio, mientras Él la miraba con una ligera sonrisa en los labios.

lunes, 24 de noviembre de 2008



Alcanzo a ver el cielo desde mi ventana. Está gris,melancólico. Me pregunto tontamente si él también tendrá malos días, si está gris porque se ha levantado con el pie malo. No tardará demasiado en llover, no se hará esperar ese golpeteo en la ventana. Quizás cuando empiece a llover salga a dar un paseo. Sin paraguas,sin impermeable. Sólo yo con mis pensamientos.
Empieza a llover. No me hace falta mirar por la ventana para saberlo. Me pongo las zapatillas,la bufanda y el abrigo y salgo a la calle. Está desierta, todos estarán en sus casas, calentitos, viendo como llueve tras el frío cristal de una ventana. La lluvia cae con mas fuerza, arrecia como diría mi abuela. No llevo el ipod, pero siento la música en mi cabeza, tristes acordes al piano. Camino sin rumbo pisando los charcos, deshaciendo en tímidas hondas mi reflejo. La lluvia me moja la cara, la ropa. Pero no me importa. Los antiguos egipcios sacaban las estatuas de los dioses de los templos cuando llovía, para que se purificasen con el agua que caía de los cielos. Al fin comprendo dónde me llevan mis pasos. Intenté negarlo desde que salí de casa, mi mente me mentía diciendo me que no íbamos a ningún sitio. Pero allí estaba, en la cima del mundo. Viendo como la fina cortina de agua limpiaba la ciudad,purificándola...
Todos tenemos derecho a ser infelices ¿no?

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Tú :)



Sueño con no ser un soñador. Sueño que aquel sueño sucedió en realidad. Sueño con volver a ese lugar...
Era de noche. La luz de las farolas proyectaba pequeños soles incandescentes sobre el pavimento de azabache. Todo estaba borroso, los contornos difuminados, como uno de esos cuadros impresionistas que cuelgan de los altos museos de París. Notaba el alcohol calentándome la sangre que latía tras mis sienes. Mis sentidos se agudizaban; la suave brisa se me antojaba un vendaval, hasta la luz de las estrellas parecía cegarme. Y lo escuché.
Un profundo martilleo, el sonido de los abismos de Vulcano. Una respiración entrecortada, un suave suspirar, un callado lamento. Alguien se acercaba desde el fondo de la calle, caminando al abrigo de los altos castaños que en verano daban sombra a las aceras. El paso era rápido,asustado, como el de un nervioso animalillo que corre hacia su madriguera al amparo de la noche. Entró en el dominio dorado de una farola. Era una mujer. Una áurea niebla la envolvía. Me paré en seco y un grito de asombro se quedó atrapado en mi garganta. El voluptuoso vestido de seda verde y negra se ajustaba a su esbelta figura. Unas medias moradas abrazaban sus piernas y unos botines negros abrazaban sus pies. Su pelo era del color del bronce bruñido y se movía graciosamente con cada paso. Sus verdosos ojos me lanzaban miradas de inquietud y de temor. Pero yo seguía allí, parado en la mitad de la acera, mirándola embelesado.
¿Qué otra cosa podía hacer? Me sentí como debieron de sentirse los antiguos conquistadores cuando llegaron a las Américas y descubrieron a las sacerdotisas del fuego. Diosas hechas de gráciles formas, de sutiles pensamientos. Ella no dejaba de mirarme como si fuese un fantasma. Se iba acercando,pero esquivándome a la vez. Pasó por mi lado dejando tras de si la estela de su perfume a jazmín, Me di la vuelta corriendo, pero sólo aceré a ver como se alejaba entre las sombras...
Desde entonces no puedo dejar de ver esos ojos verdosos en cualquier lugar. Me pregunto si no fue un sueño, una fugaz visión de alguna remota princesa, venida de un tiempo lejano...

martes, 4 de noviembre de 2008

Leyenda del Moldava



Típico cuento de viajeros, leyenda que cuentan los viejos alrededor de un acogedor fuego las frías tardes de invierno...Lo cierto es que toda leyenda tiene una base real, un ligero atisbo de lo que es, escondido tras lo que podría ser...Empieza así...
Era una oscura senda, apenas una susurrante hebra de tierra escondida entre los frondosos olmos. El silencio sólo se veía interrumpido por los suspiros del caballero, suspiros llenos de tristeza que hacían estremecerse hasta al mismo bosque. El caballero llevaba siglos caminando por el lóbrego sendero, como si de una antigua maldición se tratase. Cuando creía ver el final que auguraba la salida de ese negro bosque, se daba cuenta de que sólo era un recodo mas, otra vuelta en ese túnel en el que empezaba a asfixiarse. El camino era pedregoso, tanto que el caballero debía agarrarse de las ramas mas bajas de los árboles para no caer. Aunque a veces sus manos sólo agarraban el inexorable vacío, haciéndole caer...
El dolor destrozaba su alma mientras su garganta clamaba por el frío bálsamo del agua. Cuando la negrura se adueñaba de su mente y pensaba que iba a caer para no levantar jamás, la oscuridad fue retrocediendo, el bosque desaparecía para dar paso a una empinada pendiente, a un sendero entre flores: madreselvas, blancos lirios, grandes y vivas amapolas...El corazón del caballero se fue fortaleciendo con su aroma. Llegó a lo alto de una suave loma, y lo que vio lo dejó asombrado: Un imponente castillo erguía su mole tras la estela plateada de un río. Se paró un instante para apreciar la fortaleza en toda su magnitud. Altas torres coronadas por cúpulas, murallas infranqueables plagadas de almenas, matacanes, barbacanas. Se distinguía una gran puerta de madera oscura a la que se llegaba por un airoso puente que unía las dos orillas del río Descendió por el sendero hasta llegar al puente, custodiado por una torre imponente cuya puerta permanecía cerrada. Mil veces llamó, pero nadie acudió a abrir al exhausto caballero. Desesperado, miró en derredor hasta que su mirada se posó en un bote de pescador que había varado en la orilla. El caballero montó en el bote y remó hundiendo las palas en las gélidas aguas. Siguió remando hasta llegar al mediodía del río. Llegó hasta él una voz que le hizo pararse en seco. Una voz melodiosa, con un deje de descaro que le hizo estremecer. Nunca había escuchado salmo como aquel. Buscó la fuente de la voz y siguió su estela hasta unos pequeños islotes boscoso que había en el centro del río. Puso pie en el mayor de ellos. Un pedazo de tierra plagado de sicomoros que acariciaban con sus ramas la suave hierba. La voz lo llevó hasta el centro del islote, donde se alzaba un pequeño templete de níveo mármol. En el centro del templete había una fuente y sentada junto a ella había una criatura. Era imposible que fuese humana, irradiaba un halo de divinidad. La blanca piel, el negro pelo que le colgaba por la espalda, salpicado de pequeñas flores de azahar, suave manto de la noche plagado de estrellas. Tras unas sedosas pestañas se escondían los ojos mas perfectos que jamás tuvo la dicha de ver un alma mortal; pozos insondables de color avellana, alimentados por una luz imperecedera. La ninfa, pues no había duda de lo que este maravilloso ser se trataba, estaba ensortijando su pelo con un peine de plata labrada.
Apenas se inmutó cuando vio aparecer al caballero, al contrario, suspiró como si hubiese estado esperando ese momento desde que el Tiempo empezó su curso. Invitó con un ademán al caballero a sentarse a su lado. Uno junto a otro, se contemplaron en silencio. Ninguno de los dos se atrevió a hablar, tenían miedo.
Y ahí siguen, eternamente juntos en la isla de l Silencio, viendo pasar los siglos, mientras se miran a los ojos, conociéndose, sin jamás haber escuchado el eco de sus voces sobre la cristalina agua de la fuente.
(L)

domingo, 2 de noviembre de 2008

:)


El sonido del piano. Él. Ella. Antiguas notas secretas. Él. Ella.
Una sonrisa. Una fila de blanquecinos dientes ordenados en maniática armonía. Unos tiernos labios como marco. Un suspiro como aliento. Una sonrisa que evoca el cielo, de las que esgrimen las huríes que guardan las sagradas puertas del Paraíso.
Una carcajada que rompe el silencio de la noche. Como un manantial de agua cristalina que brota de la antigua fuente de un palacio.
Un puente. Un antiguo puente suspendido sbre el vacío. Arcos de formas perfectas, delicadas farolas de hielo forjado, una firme balaustrada de piedras duras. Al fondo Ella. Recortándose contra el suave azul del cielo, como mecida por las olas de un tranquilo mar en un atardecer de verano. Ella. Su sonrisa. Él se acercó con pasos vacilantes, manos sudorosas y una tímida sonrisa. Llegó a su lado. La sonrisa se ensanchó. La timidez dio paso a la alegría. Las sonrisas a carcajadas.
Él. Ella. El antiguo puente en honor al santo. Ella. Él. Los delicados acordes de aquela zarabanda. Ellos. Amigos.
Para Inés.
Por hacerme sonreír en los momentos tristes.
(L)

Nada


Sólo el eco de pasos en una habitación vacía.
Eso de lo que siempre huiste, que te produce tanto pavor, al fin ha conseguido llegar al oscuro rincón donde te habías escondido.
Indiferencia.
Temías quedarte indiferente cuando alguien importante en tu vida desaparecía para siempre; temías quedarte indiferente ante el dolor, el sufrimiento, las lágrimas, la miseria; temías quedarte indiferente ante la misma indiferencia.
Indiferencia.
Si, entonces te diste cuenta. Era la mejor opción, el mejor escudo ante las estocadas.
Tu rincón empezaba a ser visible, vulnerable.
Siempre te refugiaste en la imaginación.¿Nunca habéis estado en ese mundo? Puedes hacer tantas cosas como consigas imaginar: caminarás por el confín de la Tierra mientras Ulises te mira asombrado desde la Isla de las Sirenas; sentirás el aleteo de los pájaros sentado en una nube; pasearas por antiguos palacios que hace harto tiempo que el mar reclamó para su dominio.
Eres feliz en tu imaginación. Allí la palabra eternidad tiene algún significado. Allí siempre suena al piano esa antigua canción que te hace estremecer. Allí puedes ver desde tu ventana hasta el mas recóndito lugar.
Pero de repente, como un mazazo, vuelves a esa cosa que llaman realidad.
Y entonces es cuando venderías tu alma al diablo por sentir indiferencia, por ser de duro granito, de frío mármol.
Porque estás cansado de transformar la realidad para hacer tu realidad, porque estas cansado de entregar para no recibir nada.
Antes solías mirar el titilante brillo de una estrella, la veías inalterable desde el pozo donde te habías refugiado. Pero la estrella se apagó y te quedaste masticando el amargo gusto de la soledad.
Y desde tu oscuro sueño suplicaste por sentir indiferencia, pero el diablo te dijo que no tenías alma que vender, que hace tiempo que no eres capaz de amar.
Y se hizo una noche eterna, una triste oscuridad.
Y si, sentiste indiferencia, todo resquicio de amor que alguna vez pudiste tener desapareció fundiéndose con el vacío.
Desde entonces solo lo escuchas a él.
Al Silencio.

La isla de los Sueños



Al fin la encontré. Trás años de búsqueda, de desilusiones y desesperanzas, de pasos retumbando en estacian vacías. Alli estaba, ante mí. En medio de un inmenso lago, tan grande que no alcancé a ver el final, allí donde se juntan el Cielo y la Tierra. Se alzaba imponente, orgullosa, envuelta en un velo de etérea niebla que abrazaba los árboles de la Isla en un fugaz sueño.
Bajé hasta la orilla. Hundí mi mano en las frias aguas. Sentí un estremecedor escalofrío, el agua lamiendo mis dedos, el cosquilleo de los juncos en mis piernas, como los suaves besos de una ninfa.
Pero ¿cómo cruzar el lago? Las orillas eran abruptas, impracticables, hasta donde alcanzaba la vista. El lago estaba desierto, no había rastro de embarcación alguna. Sólo había una solución posible. Nadar. Me aterraba hundirme en las pálidas aguas, al fondo, donde nunca llegan los rayos de Apolo y moran bestias ancestrales Pero tenía que hacerlo. El recuerdo de una sonrisa me reconfortó. Intenté zambullirme en las frias aguas de espejo. Pero no pude, no me hundía. Mis pies no traspasaban las ondulantes olas de la superficie. Podía caminar sobre el lago. Con inseguros pasos llegué a las inmediaciones de la Isla. La niebla me envolvió dándome la bienvenida.
Todo era diferente alli. Parecía estar consagrada a la diosa del Silencio y un sutil perfume lo invadía todo. Un perfume me resultaba conocido,era el aroma de todas las cosas que fueron y de las que aun no les ha llegado el tiempo de ser, atrapadas en esa remota isla. Era el olor de la Eternidad. Un perfume salido de las flores que pululaban por todas partes, una por cada sueño cumplido. También había flores cerradas, sueños esperando en la oscuridad, entre tiernos pétalos, a que les llegue el turno de florecer.
¿Cómo encontrar mi flor? Sería como intentar contar los cabellos de una náyade. De nuevo, esa sonrisa acudió a mi mente. Tenía que hacerlo, debía encontrar la flor que contenía mis sueños. Busqué algun camino, una senda, pero no habia nada, sólo esa inexorable vegetación. Dejé que mis pasos me guiasen,cruzando la Isla.
Mis piernas empezaban a tambalearse y mi ánimo flaqueaba. La diosa del Silencio imponía su yugo sobre mis labios y el bosque me rodeaba con su mortal abrazo.
De repente, la vegetación desapareció, dejando paso a una alta loma rocosa, que parecía querer tocar las nubes de algodón. Sobre ella se posaba, como un cisne alado, el edificio mas maravilloso que jamás tuvo la dicha de contemplar un alma humana. Hasta el edificio ascendía una escalinata blanca,flanqueada por ninfas,faunos,náyades y centauros esculpidos en la dura piedra. Desde lo alto, me llegó una dulce melodía, desgranando sus notas como las cuentas de un rosario de jade.
El palacio era de níveo mármol blancos, fachadas curvas, con poderosas columnas coronadas por hojas de acanto. Parecía vacío. Seguí la estela de notas por salones vacíos, donde el viento movía las visillos y las lágrimas de las arañas tintineaban.
Llegué a un alto pasillo, cerrado al final por unas enormes puertas negras, talladas con mil flores. La melodía procedía de alli. Cada nota era un beso, un susurro, un fugaz suspiro, una intensa mirada.
Dudé. Tanto tiempo esperando ese momento. Con las manos sudorosas y tambaleantes, empujé las puertas. Tras ellas me esperaba un enorme salón. Unos pesados cortinajes púrpuras tapaban los ventanales,dejando la sala en penumbra. La música venía del fondo, pero por mas esforcé la vista, no conseguí distinguir nada. Fui hasta el mas alejado de los cortinajes,y lo aparté, dejando pasar los rayos de Apolo,que apartaron las tinieblas.
De la pared, como intentado liberarse, sobresalía una musa de mármol,con una vasija de plata,de donde salía agua. Caía en un recipiente de plata, provocando la melodía. Flotando en el agua,había un lirio blanco.
¿Qué debía hacer? El lirio me mostraría mis sueños, mis mas profundos deseos, que esperaban agazapados en el fondo de mi alma. ¿O no? Quizás ya sabía esos deseos, encontrados en el camino, en una sonrisa que iluminaba las tinieblas y me hacía sonreir ante la adversidad.
La música se fue apagando, la luz que entraba por el ventanal fue desapareciendo y el lirio empezó a dejar de ser visible, desvaneciéndose por completo.
Oscuridad. Silencio.
El roce de las sábanas me hizo estremecer, al fondo, la cantarina fuente del jardín vertía su agua sobre la pila.
Abri los ojos. Vi un jarron sobre la cómoda, lleno de lirios blancos, que perfumaban toda la habitación.
Todo había sido un sueño, un maravilloso sueño.
Entonces escuché un ruido detrás de mi. Me di la vuelta perezosamente y te vi, Ahi estabas tú,mirandome con esos ojos que me hacen perder el sentido, esa sonrisa que me hace sonreir.
No había sido un sueño, el sueño empezaba ahora.


El castigo de Sísifo...Eternamente condenado por su desafío a los poderosos, por utilizar su inteligencia en vez de disfrazarse con una piel de oveja. Eternamente condenado a subir la roca hasta lo alto de la montaña, para después dejarla caer. Repetir para siempre el mismo absurdo protocolo...

Antonio