domingo, 28 de diciembre de 2008



Y un, dos tres. Un,dos,tres. Quizás nunca supe que camino eligieron mis pasos. Ellos se movían solos llevando esa maniática cadencia. Me llevaban por bosques oscuros donde habitaban bestias primigenias. Me sumerguían en caudalosos ríos donde las ánimas de los ahogados me interrogaban con sus indiferentes pupilas.
Me hicieron bajas hasta las mismas entrañas de la Tierra, guarida de secretos ancestrales y seres fabulosos. El silencio era inquietante,solo interrumpido por el goteo del agua sobre la dura roca que lo formaba todo.
Y desde el fondo de una gruta llegó una dulce voz. Dulces notas salidas de la nada transformada en la más apabullante oscuridad. Dulces notas que embelesaban mis pasos. Ellos me llevaron hasta allí. Una luz surgió de la profunda sima. Un resplandor del color de la nieve,etéreo,inmortal. Amarrada a la pared con unas poderosas cadenas forjadas por algún remoto dios, había una joven. Nunca encontré las palabras adecuadas para describirla. He intentado cientos de veces hacerlo evocando su rostro,pero las palabras sólo son un pálido reflejo de su belleza. Unos preciosos ojos competían con las estrellas por iluminar el firmamento, una soñadora sonrisa le arrebató el puesto al orgulloso Sol.
Mis pasos me acercaron a ella. Le pregunté con casi en un susurro que hacía encadenada a aquella pared. Su voz sonó como el trinar de los pájaros,cantando al sol al amanecer.
Me dijo que su corazón la había atado a esa pared,que aquella era su penitencia por hacerle caso. Nunca supe que debería haberle dicho. Nunca salió una palabra de mis temblorosos labios.
Lentamente, casi sin moverme, me acerque a ella y la estreché entre mis brazos mientras le susurraba palabras de consuelo al oído...
Porque te prometí un día de sonrisas infinitas :)

sábado, 27 de diciembre de 2008

Príncipes de Persia



Aún recuerdo las tardes de juego en Bagdad. Ya no era así; hace tiempo que se acabaron los juegos infantiles, las risas y la felicidad en la ciudad de la muerte.
Paseé la mirada por el cuarto, cuantos recuerdos de un tiempo acabado. Crucé la habitación con cuidado de que mis pies no hiciesen ruido sobre el parque. Me acerqué a la ventana y me asomé a la desolada Bagdad. Vivía en una de las zonas mas lujosas de Bagdad. El estridente sonido de una sirena interrumpió mis cavilaciones. Bagdad contuvo el aliento. Oí unos precipitados pasos en el pasillo; en el vano de la puerta apareció la asustada cara de Omar. Papá era el conservador del museo arqueológico de Bagdad, y los meses de salvaje expolio y destrucción habían hecho mella en su rostro. Yo ya sabía el macabro protocolo que nos esperaba.
Aún recuerdo la primera vez que Bagdad oyó las sirenas. Yo me quedé paralizado en el jardín, donde jugaba con mi vecino Hassan. Papá apareció corriendo, me cogió en sus brazos y me llevó al sótano, donde ya estaban reunidos Alí y Fátima, el mayordomo y la cocinera. Las sirenas callaron, y unas espeluznantes explosiones ocuparon su lugar. El suelo temblaba bajo nuestros pies, y los viejos trastos que pendían del techo oscilaban peligrosamente. Asustado, pregunté a Papá que pasaba. Él respiró profundamente y me contestó que eran los ángeles de Alá que venían a saludar a sus fieles. Yo le creí al instante, Papá nunca me mentiría.
Los gritos de Papa me hicieron volver al presente, me apremiaba para que nos fuéramos al sótano.
Yo no entendía porqué los ángeles de Alá seguían destruyendo la ciudad. Le pregunté a Papá. Me dijo que él tampoco lo sabía. Una enorme explosión hizo temblar las paredes del sótano. Sentí mucho miedo. Lo último que recuerdo es la cara de Papá sobre mi; me desmayé.
Me desperté en mi cama. La ciudad volvía a estar silenciosa. Me incorpore, y sentí un tremendo dolor de cabeza. Me acerqué a la ventana y conseguí reunir valor para apartar los blancos visillos. Lo que vi me quedó sin aliento. La casa de Mumhad Al-Sadi, mi vecino de enfrente, era una montaña de escombros. Entre los mármoles destrozados del porche distinguí el cadáver de Hassan. Me agarré al alféizar de la ventana, no podía mantenerme en pie por mi mismo. Ya nunca volveríamos a reír juntos, nunca mas volveríamos a jugar a ser príncipes de Persia. Una nueva preocupación surgió en mi interior; si los ángeles se habían llevado a Hassan también podrían llevarme a mi.
Miré hacia la puerta y vi a Papá. Sus ojos se cruzaron con los míos, y comprendió todo lo que pasaba en mi interior. Se sentó a mi lado y me abrazó; y por primera vez en mucho tiempo me sentí seguro entre los reconfortantes brazos de papá. Con lágrimas en los ojos le pregunté que por qué los ángeles se llevaban a la gente. Me contó una historia:
"Hace cientos de años, en la época en la que los grandes shas reinaban en Persia, un valiente guerrero se atrevió a enfrentarse a los enemigos que esclavizaban a su pueblo. Pero una vil traición acabó con la vida del guerrero, y los enemigos asolaron Persia. Cuando la muerte empezaba a parecer la solución para el decadente pueblo persa, aparecieron los ángeles de Alá. Aparecieron como una esperanza. Decían que venían a llevarse a la gente buena para vivir eternamente en el paraíso."
Papá calló. No pude evitar preguntarle si Mamá estaba en el paraíso. La cara de Papá cambió. Pareció viejo y cansado, y la pena inundó su rostro. Con una dureza inusitada me contestó que si, que un fatídico día los ángeles vinieron a llevársela. Yo no comprendía por qué Papá odiaba tanto a los ángeles; ellos eran buenos, llevaban a la gente al abrigo de la misericordia de Alá. Se lo iba a preguntar, pero su mirada me dijo que las preguntas habían acabado. Me besó en la frente y se fue. Me quedé solo con mis pensamientos, hasta que al final caí dormido de puro agotamiento.
Al día siguiente los ángeles volvieron con más insistencia; las sirenas no pararon de sonar en todo el día, y los ángeles se llevaron muchas almas piadosas con Alá.
Los víveres escaseaban en casa, por lo que Papá decidió aventurarse a salir en busca de alimento. Había salido por la mañana, y todavía no había regresado. El sol empezaba a desaparecer tras el minarete de la Mezquita del Viernes. Tuve miedo, y decidí salir a buscarlo. Crucé el vestíbulo. Agarré el pomo de la puerta, y me quedé así unos instantes. No me atrevía. Entonces me acordé de Papá y abrí la puerta. Era la primera vez en una semana que salía de casa. Todo había cambiado; el jardín, exuberante antaño, se había convertido en un árido desierto. Me atreví a bajar las escaleras del porche, y recorrí el camino que llevaba a la verja de entrada. Ésta yacía en el suelo. Un polvo asfixiante lo cubría todo. Miré a mi alrededor. Todo había cambiado. Las casas vecinas ya solo eran montones de escombros. Avance y me quedé inmóvil en mitad de la calle. Levanté los ojos al cielo; dominio de los ángeles. El ruido de una lejana sirena fue seguido de inmediato por otras. Los ángeles venían. Intenté correr, volver adentro con Papá; entonces me acordé de Papá. Todavía no había vuelto. Estaba tan asustado que no podía dejar de mirar al cielo. La sirenas callaron. Entonces los vi; venían por el norte, sobre el Palacio de los Abasíes. Debían de ser ellos, pero no eran como me los había imaginado; unos seres etéreos y gráciles que emanaban serenidad. Venían montados en unos horribles pájaros metálicos; el ruido era ensordecedor. Se acercaban, y cuando estuvieron sobre mí, levantando nubes de polvo a mi alrededor, los vi. Tenían la apariencia de los hombres. Pero no eran etéreos ni gráciles, nada más lejos de la realidad. Los atributos de la muerte se reflejaban en sus rostros. De repente sentí miedo; solo, entre nubes de polvo, triste alegoría de la inocencia. Uno de los ángeles me sonrió; yo me tranquilicé. En la barriga del pájaro se abrió una trampilla. Dejaron caer un objeto brillante en forma de botella. Me acordé de las historias de piratas que me leía Mamá. En ella siempre había una botella con un mensaje. Los ángeles me mandaban un mensaje. Los ángeles venían a llevarme con ellos. Pero todavía no había vuelto Papá. No lo vería más. Un ángel me susurro al oído que no me preocupara, que ya se habían llevado a mi Papá, y que pronto estaríamos juntos. El mensaje llegaba; abrí los brazos para recibirlo. Ruido. Polvo. Dolor. Oscuridad. Mamá. Papá.

jueves, 25 de diciembre de 2008

¿Qué harás tú?



Hacía tiempo que no me decidía a hacer esto,para lo que vivo, aquello que consigue hacerme olvidar todo, escribir . Sentarme delante de una hoja de papel a rayas, y llenar páginas y mas páginas con mi letra de patas de araña. He pasado dos días conmigo mismo,mi familia y un libro. No se porqué tengo la manía de escoger libros que me hacen pensar.
Como no,tenemos que comer todos en familia,en la antigua casona perdida en mitad de bosques y viñedos. No se a quién se le ocurriría esa costumbre que acabó por convertirse en tradición. Ir allí equivale a morirte de frío. Llegué con mi agradable sonrisa y mi libro en la mano. Tras los "como has crecido" de rigor y los besos a todo el mundo busqué algún rincón donde esconderme a leer tranquilamente. Crucé el largo pasillo que une el salón principal al comedor de invierno (nunca he llegado a saber de donde procede ese señorial nombre ) . Todo estaba dispuesto sobre la interminable mesa, relucientes candelabros cargados de velas blancas, cubiertos de plata labrada,y un sinfín de fuentes, escanciadores, soperas repletos de toda clase de comida. Al fondo,presidiendo la estancia bajo un horrible cuadro religioso,había una gran chimenea, por suerte, encendida . Me senté en el frío suelo de granito,abrí el libro y me sumergí profundamente en la historia. Intolerancia, machismo, violencia de género . Y una ciudad . Un país . Kabul, Afganistán . Eran felices viviendo casi en la miseria, Alcé la vista y miré casi con asco la opulenta mesa, el brillo de la plata, el fuego reflejado en las copas de fino cristal . El antiguo tapiz con el escudo de armas de la familia colgado sobre el aparador . ¿Qué mas da la familia, la sangre, el dinero? Ahora es cuando quedaría bien soltar esa bonita frase de "todos somos iguales" . Pero no quiero sentir en la boca el gusto de la hipocresía . Claro que no todos somos iguales, pero deberíamos serlo . No debería importar nada, porque todas las personas deberían ser iguales, independientemente del sexo, procedencia, recursos . Entonces miro otra vez la mesa y me siento mal al pensar en lo tremendamente irónico que suena eso cuando estaré dentro de un momento cenando con cubertería de plata.
El golpeteo de unos tacones sobre las losas de piedra me indicó que alguien venía. La cabeza de mamá asomó en la puerta.
- ¿Qué haces aquí solo sentado?Vente al salón anda,que comeremos dentro de nada.
- No me encuentro demasiado bien, voy a salir fuera a tomar un poco el aire. Dile a los abuelos que luego estoy con ellos.
Huí, mas que salí de allí . Cuando salí del porque una enorme sombra se me abalanzó encima. Cerbero intentó lamerme la cara entre alegres ladridos. Le rasque tras las enormes orejas blancas mientras él me miraba con esos azules ojos inteligentes. Empecé a pasear por los oscuros jardines mientras de vez en cuando veía la blanca silueta de Cerbero correr detrás de los gatos para morderle las orejas.
Seguía con el libro en la mano. De nada sirve refugiarse en la vilipendiada frase de "todos somos iguales ". Lo que en realidad debes preguntarte es ¿qué puedes hacer tú para que esa frase se cumpla? ¿Qué puedes hacer tu para cambiar el mundo? ¿De veras es tan importante que ropa llevarás en Noche vieja o enfadarte porque papá no te compra ese reloj nuevo que quieres? Hay cosas mucho mas importantes en la vida. Y yo pienso dedicarme a ellas, pienso pasarme horas escribiendo y fotografiando momentos para que el mundo occidental despierte de su lujurioso sueño hedonista. Y tú, ¿tú qué puedes hacer para hacer del mundo algo medianamente mejor? Piénsalo.
" - Durante todo el día me ha rondado por la cabeza un poema sobre Kabul. Lo escribió Saib-e-Tabrizi en el siglo diecisiete,creo. Antes me los sabía entero, pero ahora sólo recuerdo dos versos:
Eran incontables las lunas que brillaban sobre sus azoteas,
o los miles soles espléndidos que se ocultaban tras sus muros.
Laila alzó la vista. Vio que su padre estaba llorando y le rodeó la cintura con el brazo.
-Oh, babi. Volveremos. Cuando termine esta guerra volveremos a Kabul, inshalá. Ya lo verás."

martes, 2 de diciembre de 2008

Por seguir haciéndome sonreír :)



Era el antiguo palacio. O quizás no. Quizás fuese ella la que lo hacía levitar sobre el damero de mármol del inmenso salón. La luz inundaba todos los rincones desde los altos ventanales de cristales emplomados. Grandes arañas de cristal veneciano colgaban de los frescos del techo, donde ninfas y dioses habían sido plasmados por la genial mano de un pintor renacentista.
Uno de los altos ventanales estaba abierto, dejando que una suave brisa impregnase la estancia del aroma de las flores mojadas por el rocío de la mañana. Ella caminó con etéreos pasos hacia el jardín que se atisbaba tras la ventana abierta.Él la observaba con la mirada divertida. La siguió cuando salió dejando tras de si la sinuosa estela de su perfume.
Un sendero de fina grava flanqueado por rosales de blancas rosas ascendía hasta un pequeño templete, al modo de los jardines venecianos. Los pasos de Ella casi no se escuchaban mientras subía con aire distraido y soñador hacia la cima. Ella lo mira con mirada interrogante cuando llegan. Un pequeño lago cuajado de lirios blancos rodeaba el templete, saturando el aire de su singular perfume. Sinuosas enredaderas abrazaban las columnas del templete y a lo lejos podía escucharse el murmullo de una fuente. Ella pasó las manos distraida sobre el frío mármol tallado de las columnas. Sintió ese ligero estremecimiento que muy poca gente es capaz de percibir. Y se abandonó a contemplar la ciudad desde aquel escondido refugio, mientras Él la miraba con una ligera sonrisa en los labios.