miércoles, 28 de julio de 2010

Llamadme fascista.

Me gusta regodearme en mi masoquismo compulsivo. Parecería que no es nada inteligente por mi parte escuchar canciones que sé que me pondrán triste; entrar al trapo en temas de los que saldré enervado.
Pero todo esto no es más que un arma de doble filo; aprendo a sentir más emociones, a crear una mentalidad crítica.
Lamentablemente, elegí ser periodista. Y digo lamentablemente porque soy español.
Ser español en estos tiempos es algo bastante difícil, me gusta mi país, aunque por ello podría ser tachado de fascista, ya que se tiende a confundir el patriotismo con el fascismo, así nos va. En España nunca hemos tenido demasiada coherencia, somos más de dormir la siesta y dejar para mañana lo que se podría hacer hoy, yo el primero. Parecía que podríamos empezar a hacer las cosas bien cuando entramos en el siglo XX, todo era ilusión. Pero nunca solucionamos de raíz nuestro mayor problema, la división y la total y absoluta falta de tolerancia. Creamos las autonomías, nos dividimos más aún si cabe, fomentamos los nacionalismos independientes.
Hoy, el parlamento de esa adorable región española (no sé si subrayar esto o entrecomillarlo) llamada Cataluña, han prohibido las corridas de toros. El sector antitaurino ha amanecido con una inmensa alegría, deseando que esa prohibición se hiciese extensible al resto de España. A decir verdad nunca me he considerado taurino, no me gustan los toros, he asistido a un par de corridas, poco más. Sin embargo no me he alegrado por la sentencia del parlamento catalán, porque a pesar de todo, los toros no me parecen del todo reprobables. Entiendo que los defensores de los animales pongan el grito en el cielo por lo que ellos llaman torturar al toro. Estas personas comen paté, sin poner ningún reparo en como cuando la oca aún está vida, se dedican a meterle grasa por el gaznate hasta que le explota el estómago. Estas personas comen huevos y pollo a diario, parecen no acordarse de las condiciones salvajes en las que viven las gallinas ponedoras, sin dormir y en cubículo en el que no pueden moverse. Ellos pondrían las excusa de que esto es necesario, que esos animales han sido criados para eso. ¿Sabrán que los toros no tienen ninguna función en el ecosistema ? ¿Sabrán que viven muchísimo mejor que la pobre gallina durante toda su vida, para única y exclusivamente sufrir al final de su vida? Como ya dije antes, vivimos en un país de incoherencias.
A mí me gusta ser español, que los japoneses compren el toro y la folclórica cuando vienen de viaje. Me gusta que las procesiones de Semana Santa sean protegidas y consideradas patrimonio nacional aunque sea un ateo convencido. Me emociono cuando veo en el extranjero una bandera española o escucho nuestro melódico himno. Estoy orgulloso de ser español, de nuestras siestas de tres horas, las tortillas de patatas y los piononos.
Por todo esto podría ser tachado de fascista, aunque claro, no se acertaría a pensar que yo en la época del Caudillo ya habría sido fusilado como la versión cutre de Lorca que tengo a bien ser.
Quizás ahí radique el gran problema, en este tonto fanatismo y en la carencia de una tolerancia plena, no de la más común, a Dios rogando y con el mazo dando.
Vivo en un país en el que si no tomas uno de los dos partidos imperantes, eres alguien a quien no se vaya a tener en cuenta para nada. Vivo en un país en el que los políticos mantienen una guerra abierta de la que sólo ellos obtienen beneficios. La excusa sería que somos una democracia demasiado joven. La realidad, tenemos un problema de mentalidad, nos falta amor por nuestro país, por hacer las cosas bien sin escatimar esfuerzos, nos falta un cambio de gobierno, quitar la maldita oligarquía encubierta que lo domina todo.
No me considero ni de izquierdas ni de derechas, ni capitalista,comunista, monárquico o republicano, no me considero democrático; yo solamente intento ser tolerante.

martes, 8 de junio de 2010

Juguemos a ser niños. Volvamos a los veranos muertos entre primos lejanos y preocupaciones inexistentes. Juguemos al juego de inventar palabras.

Vuelves a estar en tu sillón con aspecto serio, casi sin poder aguantarte la risa; con la diestra acaricias a decimosexto miembro de la familia Martínez, el único que está moteado de negro y blanco. Tienes los ojos chispeantes, rebosas la alegría de una vida realizada en su plenitud. No soportas que estemos los siete gritando cuando intentas ver el telediario, no soportas que no te dejemos dormir la siesta por hacer cabañas en el patio; no soportas tenernos lejos; que llegue el domingo o septiembre y hagamos las maletas para volver a casa.

Setenta décadas y un par de años de dirigir algo que no tiene ni pies ni cabeza, mi familia. De vivir guerras, sequías, problemas, dilemas; de integridad y ejemplaridad.

Juguemos al juego de inventar palabras, como todas las noches de verano, sentados en sillas de palo en la puerta, esperado que corra algo de brisa. Juguemos por lo que quizás sea la última vez. Busquemos palabras tontas y démosle significados bonitos, empiezo yo, abuelo, a ver si consigues adivinarlo.

Es un animal pequeño, vive en cuevas oscuras y se alimenta de los primeros rayos del sol, del suave rocío que se posa sobre los lirios que la abuela tiene en las macetas del corredor. A la sombra de los melocotoneros tiene forma de cangrejo, patituerto y artero, pero es fácil quitárselo del medio; sólo hay que soplarle en la panza hasta hacerle cosquillas, dejarlo medio aturdido con el halito de la vida. Espera abuelo, espera, que también tengo otra palabra. Cuando el bichejo se enfada hace un sonido muy raro, como los gorgoritos que hace la prima pequeña cuando le reñimos por tirarle de la cola al decimosexto. Intenta pellizcarte con las pinzas, pero el pobre es inofensivo, sólo alcanza a unas leves cosquillas sin ninguna importancia.

Como siempre adivinaste las palabras, como siempre miraste una última vez al cielo y te fuiste con pasos lentos a la cama.

Cáncer y metástasis, sólo un insignificante cangrejo que te tiene postrado en una cama, que nos mantiene a todos en vilo, jodido cangrejo que ha hecho que desaparezca tu sonrisa.

Hoy llueven cántaros sobre Badajoz. Vuelves a estar tras largos pasillos pintados de verde, entre pitidos y quejidos, volvemos a estar todos pendientes de que se rompa el frágil equilibrio que te mantiene con nosotros. Pero estamos todos ahí, dándote la mano y agradeciéndote darnos la sangre que corre por nuestras venas. Si te vas, no te irás solo, tienes a 16 personas que te van a querer el resto de sus vidas.

miércoles, 10 de marzo de 2010



Hoy era uno de esos días.

Me levanté más temprano que de costumbre, con la tranquilidad de tener tiempo para hacerlo todo. Me duche despacio, disfrutando de la caricia del agua caliente, embobándome con las clásicas volutas de vapor.
Salí del portal sonriéndole al aire helado de la mañana. Mirando con ojos chispeantes como el madrileño sol pintado teñía de esmeraldas los setos. Ni siquiera me importó el peculiar aroma del metro, cloaca andante.
El documental empezó como todos, apagando las luces, buscando una cómoda postura sobre la mesa y preparándome para resistir estoicamente con los ojos abiertos.
Pero este era diferente; no había ni historia, ni tipografías, ni nada de esas pesadillas recurrentes. Este era diferente, si. Nora es una boliviana que trabaja en España para poder ayudar a su familia, está sola, triste, cansada. Pero eso no es lo peor, lo peor es que es totalmente invisible. Invisible para los que la rodean, para los ancianos y niños que cuida sólo es Nora, una sombra que se desliza por los límites de su conciencia.
Nora es cajera del supermercado. Nora es la que se duerme en el metro porque no tiene tiempo de hacerlo en otro sitio. Nora es la niña que sufre el acoso de sus compañeros por ser extranjera.
Pasamos al lado de cientos, miles de Noras al día, pero pasamos sin verlas, invisibles.

Anda Antonio, llevas demasiados días malos, métete en la cama, que mañana sí que sí, será un buen día.
Qué mejor forma de terminar el día que limpiando los conductos lacrimales.

martes, 2 de febrero de 2010




... Allí estabas tú, entre arbustos de plantas ornamentales y macetas con plantas medicinales; disputándote con el tomillo y el romero el monopolio de uno de mis sentidos; tus ojos compitiendo con la clorofila de los orgullosos naranjos. Paseabas entre parterres de cuidadas formas, estatuas de ilustres botánicos ennegrecidas por el paso de los siglos y surtidores de cristalina agua. Ibas con aire de filósofo griego, la cabeza levemente inclinada y el andar pausado. Te giraste para ver si yo seguía ahí, me miraste y me sonreíste. Me olvidé hasta de respirar y a mi cara afloró una patética mueca de aturdimiento. Tu sonrisa se ensanchó hasta los límites de lo imposible, como te gusta hacerme enmudecer. Entrelazaste tus manos con las mías completando el puzzle, el todo incompleto que llevaba demasiado tiempo esperándote. Te acercaste entre risas contenidas, con lentitud, y me besaste, despacio, tranquilo,sereno, susurrándome palabras con los labios. Me volví a olvidar de respirar. Reíste entre dientes y me besaste más deprisa. Allí entre plantas del paleozoico y rosales importados del reino del Sol Naciente, bajo un cielo plomizo, tuve un momento de clara lucidez. Llevaba dieciocho años esperándote sin saberlo, pensándote sin palabras, buscándote en mis sueños. Y ahora que te tengo, que te he encontrado, estaré a tu lado siempre.
-Antonio despierta, tienes cara de estar en las nubes.
No te contesté. No se me ocurría ninguna respuesta ingeniosa, mi elocuencia desaparecía entre tus pestañas. Me limité a sonreírte y a apretarte con fuerza la mano...

Tranquilidad. Respirarte hondo y convertir tu quintaesencia en mi fragancia preferida. Quererte hasta lo imposible, hasta que duela. Tener la absoluta certeza de que siempre sonreiré como un bobo y me olvidaré de respirar.

Segunda parte de ti.

miércoles, 30 de diciembre de 2009




El desierto rugía con la voz de mil titanes, orgullosos, enfurecidos. Ráfagas de arena luchaban por convertirse en su sudario. Tenía los labios agrietados, la garganta cerrada por la sed y el corazón acongojado por el incierto final de su larga travesía.
Volvió a consultar los mapas, las cartas náuticas, los legajos y mil papelorios que atiborraban su mochila. Nada. Solo vagas pistas y confusas alusiones, nada en claro, nada definitivo, nada de verdad. Se dejó llevar, sin pararse a pensar, dejando que sus pasos llevasen el control de su cuerpo, recorriendo un sendero invisible sobre el ardiente y silíceo mar. Cerró los ojos, cansado, derrotado, pero sobre todo, aterrado. Aterrado de que todo aquello con lo que siempre había soñado no fuesen más que leyendas para entretener a los sultanes en sus lujosos palacios de mil cúpulas.
Casi mil años desde que emprendió el viaje, o al menos así se lo parecía. Mil años de desengaños, de promesas rotas y camas vacías. Quizás ese fuese su último viaje, la última vez que se arriesgaba a buscar el sentido de todas las cosas. El viaje comenzó como algo automático, auspiciado por la revelación de los más profundos sueños. Los hados del sueño se le aparecieron como espectros, gráciles, volátiles y le hablaron sobre un lugar; recóndito escondrijo en las entrañas de la tierra, protegido por un ardiente desierto, donde encontraría aquello que su corazón mas anhelaba.
Abrió los ojos, instintivamente, y vio una entrada tallada en antigua roca volcánica. Con el corazón desbocado y una inusual sensación de vértigo en la boca del estómago bajó los gastados escalones. Un pétreo bosque de columnas sostenía un techo que se perdía entre las sombras. Avanzó entre las columnas con mil preguntas bulléndole en la cabeza. ¿Qué sería aquello qué mas anhelaba? ¿Qué escondería las entrañas de aquel desierto?
Del fondo provenía un resplandor dorado. Tras un arco, una estancia más pequeña le cerraba el paso. Cientos de bujías en platillos dorados la iluminaban. Olía a canela, a jazmín, a un atardecer sobre una alta colina. En un pequeño sitial, había sentada una anciana. Miles de arrugas surcaban su rostro como profundos surcos de los campos arados. Tenía unos profundos ojos oscuros que estaban clavados en él, sin sorpresa, como si llevase tiempo esperando su llegada.
-Soy la Diosa que todo lo Ve, más antigua que el mundo y más sabía que la misma Tierra, sé porqué estás aquí y que buscas, como también sé las respuestas a tus preguntas. ¿Y tú? ¿Sabes qué buscas realmente? Te concederé tres deseos, pero piénsalos con calma, porque los deseos son las más peligrosas pasiones que destila el corazón humano- su voz era como el murmullo de un tranquilo riachuelo sobre las milenarias piedras.
-Venerable Diosa, cuando era pequeño, mi madre me contaba una antigua historia venida de lejanas tierras; en los albores de la creación, los dioses, enfadados con los humanos, los separaron en dos, dividiendo el alma en dos partes que vagan por la tierra esperando encontrarse, dos mitades de un todo completo, perfecto. Mucho he viajado para encontrar la otra mitad de mi alma, tanto que ni yo recuerdo el inicio del fracasado viaje, pero nada hallé que merezca ser recordado. Vengo a pediros consejo humildemente.
-La otra mitad de tu alma te está buscando con el mismo empeño que la tuya. Pero ten cuidado, una vez unidas las dos partes del alma, para conservarlas juntas, necesitarás de mucha perseverancia. Un alma completa solo permanecerá unida si ambas partes cuidan de que eso sea posible.
-No me asusta el esfuerzo, ni los sacrificios, prometo hacer que el castigo de los dioses no sea válido, y que las palabras “para siempre” adquieran un significado pleno.
-Tienes tres deseos; cuando salgas de esta gruta no podrás volver a encontrarla jamás, y los deseos se habrán cumplido.
-El deseo más caro a mi corazón y quizás el más importante, es que la otra parte de mi alma nunca quiera separarse de mí, poder despertarme todas las mañanas y que se me escape una sonrisa tonta al ver que está ahí, como ayer, como estará mañana; la eternidad adquirirá algún significado, porque habrá algo que querré conservar por siempre. El segundo deseo, venerable diosa, es que yo esté a la altura de lo que la otra parte de mi alma espera de mi, que nunca quiera separarse y hacerme volver a vagar solo por la errante tierra. Y por último, mi tercer deseo es que la otra parte de mi alma me dé la mano para recorrer juntos nuestra vida terrenal, que no me la suelte nunca, que aunque pasen décadas, siga olvidándome de respirar cuando me dé un beso, me pierda en sus ojos y el Tiempo se pare, benevolente. Sé que pido más de lo que se pueda conceder venerable Diosa, pero no renuncio a encontrar a mi otra mitad, a formar un todo que le dé sentido a la búsqueda de aquello que le dará sentido a mi vida.

Me desperecé, sacudiéndome el sueño entre bostezos. Escuché con los ojos cerrados. La lluvia golpeando furiosa el cristal de la ventana, dos respiraciones que se acompasaban. Abrí los ojos y te vi. Mirándome divertido, sonriendo, recostado contra mi almohada. Me reí, primero con una tímida sonrisa y luego con sonoras carcajadas. Me miraste extrañado aunque sin dejar de sonreír con esa sonrisa que me hace perder el aliento.
-¿Qué es eso tan gracioso? ¿Soñabas qué me caía por la ventana?
-No idiota: el poder de la Diosa es mayor del que pensaba, se cumplieron mis tres deseos- te contesté con la voz entrecortada.
No intentaste buscarle lógica a mi chifladura, solo sonreíste de nuevo, te acercaste y me besaste. Me besaste, me besaste, siempre.

Primera parde de ti.

lunes, 30 de noviembre de 2009




Montaña rusa. Altibajos. Paseos escuchando el susurro del viento sobre las hojas.
Todo es una maniática espiral de sinsentidos. Tu vida es cíclica, los mismos errores, los mismos sueños, la misma gente con distintas caras. Llega el frío, llenando de escarcha los aleros, empañando los cristales y sacando carámbanos de las augustas narices.
Frío. No sé si es que hace frío o soy yo, que tengo los huesos helados, la carne amortajada en vida y la mente embotada. El frío de un viejo bote perdido en las gélidas aguas de un mar del que no se atisba el final.

sábado, 13 de junio de 2009

Supervivencia



Hay veces que tenemos esa sensación mística. Hay películas, canciones, paisajes e incluso palabras que nos hacen atisbar la verdad. El velo que oculta el mundo a nuestros ojos se entorna con infinita delicadeza, con el susurro de las hebras de seda tejidas en el lejano oriente. Podemos intuir lo que no vemos.
Nos pintamos el rostro para ocultar nuestro rostro. Miles de años de historias nos han hecho descubrir América, inventar una bombilla, poner el pie en la airada Luna. Pero nosotros no hemos cambiado. No hay mucho que nos separe de nuestros antepasados. Somos como los antiguos egipcios abriendo las puertas de los santuarios a la gracia de los dioses; como los orgullosos romanos con sus mármoles inmortales; como las tristes doncellas de ojos almendrados que pululaban en los harenes de los grandes sultanes. Seguimos sintiendo, buscando aquello que aprendimos a llamar felicidad. Seguimos amando, tanto como para poner en peligro nuestro mundo por una griega de áureos cabellos.
Creemos en la evolución, en el perfeccionamiento de las sociedades, de la ciencia, del pensamiento. Sin embargo, con una pasmosa hipocresía, seguimos escondiendo bajo máscaras venecianas nuestros vidas, ocultando bajo artificiosos disfraces lo que de verdad anhelamos. Seguimos interpretando con fastuosa elegancia el papel que la vida nos otorga, porque a fin de cuentas, es eso lo que el Destino espera de nosotros.
Pero el velo se abre, embargándonos con esa vaga sensación de que no somos nadie, que no poseemos las riendas de nuestro Destino; trayéndonos un soplo de eso llamado magia. No la que se "oculta" en las bolas de cristal, las líneas de la mano o una simple baraja de cartas. Magia. Aquello que se oculta tras el velo. Pálido reflejo en el cristal de la magia que los hombres tenemos el don de crear. Amistad, con la caricia del césped y el arruyo del viento. Amor, con los ojos chispeantes y el corazón desbocado. Sueños, alimentados por el espíritu de superación y la esperanza. Todos los buenos sentimientos y sensaciones que embargan nuestra existencia. Sin embargo, en este maquiavélico sistema, también disfrutamos enormemente con el mal. Todo se trata de un frágil equilibrio entre lo bueno y lo malo.
Hay etapas en las que nos importa menos que una mierda ese equilibrio, que nos sentimos traicionados, hundidos, engañados, manipulados. Tarde o temprano eso pasa, dando paso a la melancolía, a la indiferencia. Entonces cruzas el velo, y te deja de importar todo lo que dejaste a tus espaldas, al otro lado. Dejas la máscara en el umbral, y te alimentas de esa sensación mística, buscándola a todas horas. Porque a fin de cuentas, ¿a qué otra cosa podrías agarrarte para seguir sobreviviendo?

jueves, 16 de abril de 2009

:)

El sol que entraba con timidez por la ventana abierta y el bullicio oriental procedente de la calle la despertaron. Perezosamente, sin ganas, Mariam se desprendió de las últimas cuerdas que la ataban al sueño.
Se quedó tumbada en la cama, silenciosa, sonriente. Disfrutando de los últimos instantes de intimidad e ilusoria libertad antes de tener que volver a la dura rutina. Un murmullo de conversaciones ascendía desde la calle, acunándole entre las sábanas con el rápido fluir de la lengua árabe. El olor de las especias y de la comida cocinadas al aire libre le dio la bienvenida a un nuevo día.
Aunque era lo que menos le apetecía en el mundo, Mariam tenía que levantarse de la cama. Era tarde, su madre ya debería haber encendido el horno y estaría preparando el aromático té con el que desayunaban sus hermanos y su padre. Y ella debía ayudarla. Al fin y al cabo, pensó con una profunda amargura, era todo lo que se esperaba de ella. Aprender todo lo necesario para hacer feliz a un hombre; las tareas de la casa, saber cocinar, regatear bien la compra en el mercado, ser una buena esposa, dócil y obediente. Pero nada más.
Cuando Mariam cumplió los seis años, su madre se empeñó en que acudiera a la escuela con las demás niñas. Le costó mucho convencer a papá, pero finalmente accedió. Mariam iba acompañada por su madre a la escuela dos veces por semana. Aprendió a leer y a escribir. Su primera profesora era una mujer autoritaria, una buena musulmana que se alzaba en guardiana y depositaria de las tradiciones y las costumbres. Se alzaba tras su pupitre como envuelta en sus negras vestiduras, atenta, preparada para castigar a las rebeldes. Mariam no podía evitar que un escalofrío le recorriese la columna cuando la evocaba.
Un día llegó a clase, resignada, arrastrando los pies, preparada para aguantar el infierno sin proferir ni un suspiro, esperando que la mirase con ojos acusadores. Pero no estaba. En su lugar, tras el escritorio, había una profesora mucho mas joven. Tenía los brazos abiertos en señal de bienvenida y una enorme sonrisa en los labios. Mariam encontró un vínculo, una conexión que hacía su relación diferente, especial. Juntas cargaban la responsabilidad y excitación de un secreto, Cuando Mariam salía de las clases dos veces a la semana, ocultaba bajo su amplio hiyab los libros que la profesora le prestaba a hurtadillas. Era la única forma de introducirlos en la casa. Papa habría montado en cólera si lo hubiese sabido. Leer no era para las mujeres, leer no era incluso para los hombres. Excepto aquellos libros piadosos a los ojos de Alá.
Esperaba con una impaciencia casi dolorosa la llegada de la noche. La única ventaja de haber nacido mujer, es que dormía en una habitación sola. Eso le concedía la ventaja de poder disfrutar de un poco de intimidad. Se escondía bajo las mantas, apenas alumbrada por la luz que escapaba del pañuelo que cubría la lampara y de los rayos de luna que se colaban por la ventana.
Bajo las sábanas, Mariam descubrió la maravillosa magia que encierran los libros. Descubrió que podía sumergirse con facilidad en las hojas amarillentas inundada de caligrafía cúfica. Podía trasladarse desde el palacio del Agá de Basora hasta la cueva del imponente Rey de los Ladrones con sólo pasar de página. La luna hacía su recorrido por el cielo a una velocidad alarmante. Las horas se convertían en minutos cuando abría alguna de las obras de arte de la literatura oriental. Muchas veces la sorprendía el muecín de la mezquita llamando a la primera oración. Se levantaba ojerosa y cansada, pero feliz.
Las historias guardadas celosamente en miles de páginas le enseñaron a Mariam el mundo. Le enseñaron cosas que nunca habría podido aprender entre los cacharros de la cocina.

Consiguió salir de la cama, trastabillando del sueño. Tras vestirse, hacer la oración y esconder el libro bajo una tabla suelta del armario, inspiró hondo y se dispuso a empezar la rutina. Se alisó bien la kandora antes de abrir la puerta, notando con confusión los cambios que se producían en su cuerpo, dejando atrás la infancia.

-Salaam aleikum mamá, parece que hoy hará un buen día Imsalah - saludó con quizás demasiada efusividad
-Baba quiere hablar contigo Mariam, apresúrate en preparar el desayuno- contestó sin apartar la vista del gran cuenco de guisantes que estaba desgranando. Su voz sonaba monótona, apagada, sin vida.
Se apresuro a preparar el desayuno. Lo llevó cabizbaja hasta la alfombra del salón donde ya estaban sentado todos. Depositó los platos con cuidado, lentamente, esperando angustiada escuchar qué había hecho mal.
-Mi pequeña Mariam jan, cuánto has crecido. Mírate, hace apenas unos pocos años eras una niña que correteaba entre los melocotoneros del jardín. Te has convertido en toda una mujer, muy guapa, como una princesa. Hemos estado hablando,y creemos que ha llegado el momento de que te cases con un buen marido. Tu madre ha llegado a un acuerdo con la Hadiya, la madre Hassan. Os casaréis dentro de un mes, está todo dispuesto.
Un terrible escalofrío recorrió el cuerpo de Mariam. Temblorosa, jadeante, sin levantar la vista del suelo, abandonó la habitación con aire respetuoso. Casi a ciegas, con los ojos inundados en lágrimas, consiguió llegar hasta su habitación. Se apoyó contra la pared, resbalando lentamente hasta terminar sentada, inerte.
Se suponía que Mariam debería estar feliz. Toda niña sueña siempre con el día de su boda. ¿Entonces, dónde estaba el problema? Hassan, tenía 39 años. Mariam lo había visto muy pocas veces. Se habían cruzado mientras ella iba a la escuela, pero no le gustaba. Le asustaba la cara que ponía cuando la veía pasar. Lascivo, arrogante, en un vano intento de aparentar una edad que estaba lejos de tener. Ella siempre pensó en el día de su boda. Ella vestiría un bonito vestido verde, y caminaría orgullosa entre las filas de invitados. El perfume de los lirios lo inundaría todo. Al fondo, aguardándola entre fugaces sonrisas estaría él. El personaje sin rostro, el príncipe salido de los cuentos que declamaba Sherezade. Pero no Hassan, él no. Se hizo un ovillo, sujetándose las piernas con las manos en un vano intento de mantener entero su cuerpo.
Sabía lo que esa boda significaba. Sería la esclava de Hassan de por vida. Pero no había nada que pudiera hacer. Era su destino, su triste destino. Había sido educada para que en su mente no se concibiese quejarse, había sido educada para no desobedecer.
Los días pasaban inexorables, frenéticos, ajetreados entre preparativos. Y llegó, como el culmen de una tormenta que cambiará para siempre la forma de las dunas.
Temblaba de miedo, de rabia, de impotencia bajo el vestido verde primorosamente bordado. Los invitados formaban un largo pasillo. Mariam lo recorrió con pasos vacilantes, sintiendo que dejaba al principio un cofre cerrado con siete llaves. El cofre donde guardaba sus ilusiones y sus sueños. Al fondo él, con una sonrisa en los labios. Pero no era la sonrisa del príncipe de las Mil y Una Noches. La sonrisa de Hassan dejaba entrever la lascivia que guardaba su negra alma, como la ávida sonrisa de una hiena a la vista de una suculenta presa. Mariam dejó volar su imaginación cuando empezó la ceremonia, recorrió los antiguos palacios encantados donde los sultanes danzaban con las bellas huríes. Soñó con alfombras que vuelan, con tumbas en el desierto que guardan incalculables tesoros. Soñó con finales felices tras las puertas talladas de una antigua alcoba.
El primer recuerdo de su nueva vida, es la cara de Hassan reflejada en el espejo de plata que ambos sostienes, según la milenaria tradición árabe, para que su reflejo atraiga la buena suerte. Allí, bajo el manto verde con el que el mulhab los ha cubierto, se da cuenta de que solamente una cosa hará su vida medianamente soportable. Las mágicas historias atrapadas eternamente entre las páginas de los libros. Ya no tendrá que ocultarse bajo las sábanas para leer, pero echará de menos el sobresalto del amanecer mientras devora enfebrecidamente una palabra tras otra. Sonríe tristemente, con una infinita melancolía. Y suspira, recordando una antigua leyenda, en la que los suspiros son los lamentos del alma por el infortunio de un aciago destino.

domingo, 25 de enero de 2009



Risas. Cantarinas cascadas de risas que corren por sus bocas.
-¿A dónde me llevas?-su voz estaba entrecortada por el esfuerzo y tenía el pelo alborotado en sinuosas formas,enmarcándole el rostro.
-Te llevaré al sitio mas alto. Al sitio donde se junta el Cielo y la Tierra.- su voz era soñadora. Sus ojos tenían ese brillo de eternidad que se alcanza en los besos.
Miradas. Mas cascadas. Mejillas teñidas por el rubor. Corazones que aceleran su ritmo para latir al mismo tiempo. Juntos. Sincronizados. Mas sonrisas. Te quieros ocultos tras sus ojos.
-Deja de quedarte conmigo idiota, ese lugar no existe - lo empuja cariñosamente. Apenas una disimulada escusa para sentir la quemazón de su oscura piel. Quiere abrazarlo. Hundir la cabeza en su cuello y quedarse ahí para siempre. Aspirando el ambarino perfume de su piel.
-Existirá sólo si tú quieres que exista, es muy fácil. ¿Sabes sonreír?
-Pues claro. ¿Cómo no iba a saber sonreír? A veces pienso que estás totalmente loco. Pensándolo bien...Quizás seas un desequilibrado mental del que deba huir- su cara es terriblemente seria. Pero no sabe que sus ojos no son capaces de mentir. Él lo sabe. Ella también.
-Tienes toda la razón. Estoy loco. Así que deberías huir antes de que se te contagie.
- Creo que podré correr el riesgo
Mas risas. Mas miradas. Se paran. Tienen miedo. De romper la magia.
-¿Sabes?Sonreír no es enseñar la mayor cantidad de dientes posibles. Sonreír es que tus ojos brillen con esa luz capaz de eclipsar al Sol.
Suben los escalones. Entre risas,jadeos,bromas,empujones. ¿Cuántos escalones habrá? Parecen interminables...
-Bienvenida a la cima del mundo pequeña...

lunes, 19 de enero de 2009


Confusión, tristeza y finalmente, indiferencia.

En un último intento vuelves la vista atrás, y cientos de recuerdos te asaltan en oleadas cada vez mas violentas. Intentas esbozar una triste sonrisa,apenas una ligera elevación de la comisura de los labios. Recuerdos. Siempre vuelven aunque los guardes en un cofre bajo siete llaves. Intentos, decenas de ellos. Amor. Dejas de utilizar esa palabra,la mandas al exilio y al ostracismo para lo que esperas que sea siempre. Lo malo de sentirte alguna vez "a tres metros sobre el cielo" es que según esa mierda de ley de la gravedad, si algo sube, tiene que bajar. Y terminas a tres kilómetros bajo tierra, mirando la cerúlea osamenta de los mamuts petrificados, esperando a convertirte en uno mas de su siniestra manada.

Poco a poco te vas dando cuenta de que va todo, el porqué de tantas rupturas y nuevos intentos. No podemos pasar mucho tiempo sin la sensación de vértigo en la boca del estómago,pero somos tan altamente volubles,que terminamos cansándonos de la monotonía. Y ahí radica la mayor regla de esta mierda de juego, sólo se trata de sobrevivir. De probar cuánto más podrás aguantar.

sábado, 10 de enero de 2009


El puzzle está sobre la mesa.Lo ves.Con las fichas boca arriba,llenas de eslabones que encajan esntre sí.El puzzle está completo, entero, pero...Quizás no esté entero...Sobra una pieza,sobras tú.Intentas encajar esa pieza en cualquier hueco.No cabe,sus eslabones son diferentes.Lo único que puedes hacer es ponerla encima para que a simple vista aprezca integrada en el todo,en el conjunto.Pero basta una simple brisa o un ligero temblor para que la ficha se mueva y vuelva a ser eso,una ficha que sobra.Te preguntas de que sirven las sonrisas,las conveniencias,el ir perdiendo el culo por los amigos,la ropa,el pelo,el tener que ir siempre perfecto ¿que mas da? Sólo eres una pieza que siempre será diferente.Le echabas la culpa al resto de las piezas.Pero no.Tú eres la pieza que no encaja, esa que cuando está el puzzle completo se arroja al fondo de un cajón,entre los clips,las postales de aquel viaje y los rotuladores gastados.En el fondo del cajón empuñas la soledad intentando sentir rabia,odio,ira.Pero no.Solo sientes esa profunda tristeza,esa infinita melancolia que te hiela el alma...

domingo, 28 de diciembre de 2008



Y un, dos tres. Un,dos,tres. Quizás nunca supe que camino eligieron mis pasos. Ellos se movían solos llevando esa maniática cadencia. Me llevaban por bosques oscuros donde habitaban bestias primigenias. Me sumerguían en caudalosos ríos donde las ánimas de los ahogados me interrogaban con sus indiferentes pupilas.
Me hicieron bajas hasta las mismas entrañas de la Tierra, guarida de secretos ancestrales y seres fabulosos. El silencio era inquietante,solo interrumpido por el goteo del agua sobre la dura roca que lo formaba todo.
Y desde el fondo de una gruta llegó una dulce voz. Dulces notas salidas de la nada transformada en la más apabullante oscuridad. Dulces notas que embelesaban mis pasos. Ellos me llevaron hasta allí. Una luz surgió de la profunda sima. Un resplandor del color de la nieve,etéreo,inmortal. Amarrada a la pared con unas poderosas cadenas forjadas por algún remoto dios, había una joven. Nunca encontré las palabras adecuadas para describirla. He intentado cientos de veces hacerlo evocando su rostro,pero las palabras sólo son un pálido reflejo de su belleza. Unos preciosos ojos competían con las estrellas por iluminar el firmamento, una soñadora sonrisa le arrebató el puesto al orgulloso Sol.
Mis pasos me acercaron a ella. Le pregunté con casi en un susurro que hacía encadenada a aquella pared. Su voz sonó como el trinar de los pájaros,cantando al sol al amanecer.
Me dijo que su corazón la había atado a esa pared,que aquella era su penitencia por hacerle caso. Nunca supe que debería haberle dicho. Nunca salió una palabra de mis temblorosos labios.
Lentamente, casi sin moverme, me acerque a ella y la estreché entre mis brazos mientras le susurraba palabras de consuelo al oído...
Porque te prometí un día de sonrisas infinitas :)

sábado, 27 de diciembre de 2008

Príncipes de Persia



Aún recuerdo las tardes de juego en Bagdad. Ya no era así; hace tiempo que se acabaron los juegos infantiles, las risas y la felicidad en la ciudad de la muerte.
Paseé la mirada por el cuarto, cuantos recuerdos de un tiempo acabado. Crucé la habitación con cuidado de que mis pies no hiciesen ruido sobre el parque. Me acerqué a la ventana y me asomé a la desolada Bagdad. Vivía en una de las zonas mas lujosas de Bagdad. El estridente sonido de una sirena interrumpió mis cavilaciones. Bagdad contuvo el aliento. Oí unos precipitados pasos en el pasillo; en el vano de la puerta apareció la asustada cara de Omar. Papá era el conservador del museo arqueológico de Bagdad, y los meses de salvaje expolio y destrucción habían hecho mella en su rostro. Yo ya sabía el macabro protocolo que nos esperaba.
Aún recuerdo la primera vez que Bagdad oyó las sirenas. Yo me quedé paralizado en el jardín, donde jugaba con mi vecino Hassan. Papá apareció corriendo, me cogió en sus brazos y me llevó al sótano, donde ya estaban reunidos Alí y Fátima, el mayordomo y la cocinera. Las sirenas callaron, y unas espeluznantes explosiones ocuparon su lugar. El suelo temblaba bajo nuestros pies, y los viejos trastos que pendían del techo oscilaban peligrosamente. Asustado, pregunté a Papá que pasaba. Él respiró profundamente y me contestó que eran los ángeles de Alá que venían a saludar a sus fieles. Yo le creí al instante, Papá nunca me mentiría.
Los gritos de Papa me hicieron volver al presente, me apremiaba para que nos fuéramos al sótano.
Yo no entendía porqué los ángeles de Alá seguían destruyendo la ciudad. Le pregunté a Papá. Me dijo que él tampoco lo sabía. Una enorme explosión hizo temblar las paredes del sótano. Sentí mucho miedo. Lo último que recuerdo es la cara de Papá sobre mi; me desmayé.
Me desperté en mi cama. La ciudad volvía a estar silenciosa. Me incorpore, y sentí un tremendo dolor de cabeza. Me acerqué a la ventana y conseguí reunir valor para apartar los blancos visillos. Lo que vi me quedó sin aliento. La casa de Mumhad Al-Sadi, mi vecino de enfrente, era una montaña de escombros. Entre los mármoles destrozados del porche distinguí el cadáver de Hassan. Me agarré al alféizar de la ventana, no podía mantenerme en pie por mi mismo. Ya nunca volveríamos a reír juntos, nunca mas volveríamos a jugar a ser príncipes de Persia. Una nueva preocupación surgió en mi interior; si los ángeles se habían llevado a Hassan también podrían llevarme a mi.
Miré hacia la puerta y vi a Papá. Sus ojos se cruzaron con los míos, y comprendió todo lo que pasaba en mi interior. Se sentó a mi lado y me abrazó; y por primera vez en mucho tiempo me sentí seguro entre los reconfortantes brazos de papá. Con lágrimas en los ojos le pregunté que por qué los ángeles se llevaban a la gente. Me contó una historia:
"Hace cientos de años, en la época en la que los grandes shas reinaban en Persia, un valiente guerrero se atrevió a enfrentarse a los enemigos que esclavizaban a su pueblo. Pero una vil traición acabó con la vida del guerrero, y los enemigos asolaron Persia. Cuando la muerte empezaba a parecer la solución para el decadente pueblo persa, aparecieron los ángeles de Alá. Aparecieron como una esperanza. Decían que venían a llevarse a la gente buena para vivir eternamente en el paraíso."
Papá calló. No pude evitar preguntarle si Mamá estaba en el paraíso. La cara de Papá cambió. Pareció viejo y cansado, y la pena inundó su rostro. Con una dureza inusitada me contestó que si, que un fatídico día los ángeles vinieron a llevársela. Yo no comprendía por qué Papá odiaba tanto a los ángeles; ellos eran buenos, llevaban a la gente al abrigo de la misericordia de Alá. Se lo iba a preguntar, pero su mirada me dijo que las preguntas habían acabado. Me besó en la frente y se fue. Me quedé solo con mis pensamientos, hasta que al final caí dormido de puro agotamiento.
Al día siguiente los ángeles volvieron con más insistencia; las sirenas no pararon de sonar en todo el día, y los ángeles se llevaron muchas almas piadosas con Alá.
Los víveres escaseaban en casa, por lo que Papá decidió aventurarse a salir en busca de alimento. Había salido por la mañana, y todavía no había regresado. El sol empezaba a desaparecer tras el minarete de la Mezquita del Viernes. Tuve miedo, y decidí salir a buscarlo. Crucé el vestíbulo. Agarré el pomo de la puerta, y me quedé así unos instantes. No me atrevía. Entonces me acordé de Papá y abrí la puerta. Era la primera vez en una semana que salía de casa. Todo había cambiado; el jardín, exuberante antaño, se había convertido en un árido desierto. Me atreví a bajar las escaleras del porche, y recorrí el camino que llevaba a la verja de entrada. Ésta yacía en el suelo. Un polvo asfixiante lo cubría todo. Miré a mi alrededor. Todo había cambiado. Las casas vecinas ya solo eran montones de escombros. Avance y me quedé inmóvil en mitad de la calle. Levanté los ojos al cielo; dominio de los ángeles. El ruido de una lejana sirena fue seguido de inmediato por otras. Los ángeles venían. Intenté correr, volver adentro con Papá; entonces me acordé de Papá. Todavía no había vuelto. Estaba tan asustado que no podía dejar de mirar al cielo. La sirenas callaron. Entonces los vi; venían por el norte, sobre el Palacio de los Abasíes. Debían de ser ellos, pero no eran como me los había imaginado; unos seres etéreos y gráciles que emanaban serenidad. Venían montados en unos horribles pájaros metálicos; el ruido era ensordecedor. Se acercaban, y cuando estuvieron sobre mí, levantando nubes de polvo a mi alrededor, los vi. Tenían la apariencia de los hombres. Pero no eran etéreos ni gráciles, nada más lejos de la realidad. Los atributos de la muerte se reflejaban en sus rostros. De repente sentí miedo; solo, entre nubes de polvo, triste alegoría de la inocencia. Uno de los ángeles me sonrió; yo me tranquilicé. En la barriga del pájaro se abrió una trampilla. Dejaron caer un objeto brillante en forma de botella. Me acordé de las historias de piratas que me leía Mamá. En ella siempre había una botella con un mensaje. Los ángeles me mandaban un mensaje. Los ángeles venían a llevarme con ellos. Pero todavía no había vuelto Papá. No lo vería más. Un ángel me susurro al oído que no me preocupara, que ya se habían llevado a mi Papá, y que pronto estaríamos juntos. El mensaje llegaba; abrí los brazos para recibirlo. Ruido. Polvo. Dolor. Oscuridad. Mamá. Papá.

jueves, 25 de diciembre de 2008

¿Qué harás tú?



Hacía tiempo que no me decidía a hacer esto,para lo que vivo, aquello que consigue hacerme olvidar todo, escribir . Sentarme delante de una hoja de papel a rayas, y llenar páginas y mas páginas con mi letra de patas de araña. He pasado dos días conmigo mismo,mi familia y un libro. No se porqué tengo la manía de escoger libros que me hacen pensar.
Como no,tenemos que comer todos en familia,en la antigua casona perdida en mitad de bosques y viñedos. No se a quién se le ocurriría esa costumbre que acabó por convertirse en tradición. Ir allí equivale a morirte de frío. Llegué con mi agradable sonrisa y mi libro en la mano. Tras los "como has crecido" de rigor y los besos a todo el mundo busqué algún rincón donde esconderme a leer tranquilamente. Crucé el largo pasillo que une el salón principal al comedor de invierno (nunca he llegado a saber de donde procede ese señorial nombre ) . Todo estaba dispuesto sobre la interminable mesa, relucientes candelabros cargados de velas blancas, cubiertos de plata labrada,y un sinfín de fuentes, escanciadores, soperas repletos de toda clase de comida. Al fondo,presidiendo la estancia bajo un horrible cuadro religioso,había una gran chimenea, por suerte, encendida . Me senté en el frío suelo de granito,abrí el libro y me sumergí profundamente en la historia. Intolerancia, machismo, violencia de género . Y una ciudad . Un país . Kabul, Afganistán . Eran felices viviendo casi en la miseria, Alcé la vista y miré casi con asco la opulenta mesa, el brillo de la plata, el fuego reflejado en las copas de fino cristal . El antiguo tapiz con el escudo de armas de la familia colgado sobre el aparador . ¿Qué mas da la familia, la sangre, el dinero? Ahora es cuando quedaría bien soltar esa bonita frase de "todos somos iguales" . Pero no quiero sentir en la boca el gusto de la hipocresía . Claro que no todos somos iguales, pero deberíamos serlo . No debería importar nada, porque todas las personas deberían ser iguales, independientemente del sexo, procedencia, recursos . Entonces miro otra vez la mesa y me siento mal al pensar en lo tremendamente irónico que suena eso cuando estaré dentro de un momento cenando con cubertería de plata.
El golpeteo de unos tacones sobre las losas de piedra me indicó que alguien venía. La cabeza de mamá asomó en la puerta.
- ¿Qué haces aquí solo sentado?Vente al salón anda,que comeremos dentro de nada.
- No me encuentro demasiado bien, voy a salir fuera a tomar un poco el aire. Dile a los abuelos que luego estoy con ellos.
Huí, mas que salí de allí . Cuando salí del porque una enorme sombra se me abalanzó encima. Cerbero intentó lamerme la cara entre alegres ladridos. Le rasque tras las enormes orejas blancas mientras él me miraba con esos azules ojos inteligentes. Empecé a pasear por los oscuros jardines mientras de vez en cuando veía la blanca silueta de Cerbero correr detrás de los gatos para morderle las orejas.
Seguía con el libro en la mano. De nada sirve refugiarse en la vilipendiada frase de "todos somos iguales ". Lo que en realidad debes preguntarte es ¿qué puedes hacer tú para que esa frase se cumpla? ¿Qué puedes hacer tu para cambiar el mundo? ¿De veras es tan importante que ropa llevarás en Noche vieja o enfadarte porque papá no te compra ese reloj nuevo que quieres? Hay cosas mucho mas importantes en la vida. Y yo pienso dedicarme a ellas, pienso pasarme horas escribiendo y fotografiando momentos para que el mundo occidental despierte de su lujurioso sueño hedonista. Y tú, ¿tú qué puedes hacer para hacer del mundo algo medianamente mejor? Piénsalo.
" - Durante todo el día me ha rondado por la cabeza un poema sobre Kabul. Lo escribió Saib-e-Tabrizi en el siglo diecisiete,creo. Antes me los sabía entero, pero ahora sólo recuerdo dos versos:
Eran incontables las lunas que brillaban sobre sus azoteas,
o los miles soles espléndidos que se ocultaban tras sus muros.
Laila alzó la vista. Vio que su padre estaba llorando y le rodeó la cintura con el brazo.
-Oh, babi. Volveremos. Cuando termine esta guerra volveremos a Kabul, inshalá. Ya lo verás."

martes, 2 de diciembre de 2008

Por seguir haciéndome sonreír :)



Era el antiguo palacio. O quizás no. Quizás fuese ella la que lo hacía levitar sobre el damero de mármol del inmenso salón. La luz inundaba todos los rincones desde los altos ventanales de cristales emplomados. Grandes arañas de cristal veneciano colgaban de los frescos del techo, donde ninfas y dioses habían sido plasmados por la genial mano de un pintor renacentista.
Uno de los altos ventanales estaba abierto, dejando que una suave brisa impregnase la estancia del aroma de las flores mojadas por el rocío de la mañana. Ella caminó con etéreos pasos hacia el jardín que se atisbaba tras la ventana abierta.Él la observaba con la mirada divertida. La siguió cuando salió dejando tras de si la sinuosa estela de su perfume.
Un sendero de fina grava flanqueado por rosales de blancas rosas ascendía hasta un pequeño templete, al modo de los jardines venecianos. Los pasos de Ella casi no se escuchaban mientras subía con aire distraido y soñador hacia la cima. Ella lo mira con mirada interrogante cuando llegan. Un pequeño lago cuajado de lirios blancos rodeaba el templete, saturando el aire de su singular perfume. Sinuosas enredaderas abrazaban las columnas del templete y a lo lejos podía escucharse el murmullo de una fuente. Ella pasó las manos distraida sobre el frío mármol tallado de las columnas. Sintió ese ligero estremecimiento que muy poca gente es capaz de percibir. Y se abandonó a contemplar la ciudad desde aquel escondido refugio, mientras Él la miraba con una ligera sonrisa en los labios.

lunes, 24 de noviembre de 2008



Alcanzo a ver el cielo desde mi ventana. Está gris,melancólico. Me pregunto tontamente si él también tendrá malos días, si está gris porque se ha levantado con el pie malo. No tardará demasiado en llover, no se hará esperar ese golpeteo en la ventana. Quizás cuando empiece a llover salga a dar un paseo. Sin paraguas,sin impermeable. Sólo yo con mis pensamientos.
Empieza a llover. No me hace falta mirar por la ventana para saberlo. Me pongo las zapatillas,la bufanda y el abrigo y salgo a la calle. Está desierta, todos estarán en sus casas, calentitos, viendo como llueve tras el frío cristal de una ventana. La lluvia cae con mas fuerza, arrecia como diría mi abuela. No llevo el ipod, pero siento la música en mi cabeza, tristes acordes al piano. Camino sin rumbo pisando los charcos, deshaciendo en tímidas hondas mi reflejo. La lluvia me moja la cara, la ropa. Pero no me importa. Los antiguos egipcios sacaban las estatuas de los dioses de los templos cuando llovía, para que se purificasen con el agua que caía de los cielos. Al fin comprendo dónde me llevan mis pasos. Intenté negarlo desde que salí de casa, mi mente me mentía diciendo me que no íbamos a ningún sitio. Pero allí estaba, en la cima del mundo. Viendo como la fina cortina de agua limpiaba la ciudad,purificándola...
Todos tenemos derecho a ser infelices ¿no?

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Tú :)



Sueño con no ser un soñador. Sueño que aquel sueño sucedió en realidad. Sueño con volver a ese lugar...
Era de noche. La luz de las farolas proyectaba pequeños soles incandescentes sobre el pavimento de azabache. Todo estaba borroso, los contornos difuminados, como uno de esos cuadros impresionistas que cuelgan de los altos museos de París. Notaba el alcohol calentándome la sangre que latía tras mis sienes. Mis sentidos se agudizaban; la suave brisa se me antojaba un vendaval, hasta la luz de las estrellas parecía cegarme. Y lo escuché.
Un profundo martilleo, el sonido de los abismos de Vulcano. Una respiración entrecortada, un suave suspirar, un callado lamento. Alguien se acercaba desde el fondo de la calle, caminando al abrigo de los altos castaños que en verano daban sombra a las aceras. El paso era rápido,asustado, como el de un nervioso animalillo que corre hacia su madriguera al amparo de la noche. Entró en el dominio dorado de una farola. Era una mujer. Una áurea niebla la envolvía. Me paré en seco y un grito de asombro se quedó atrapado en mi garganta. El voluptuoso vestido de seda verde y negra se ajustaba a su esbelta figura. Unas medias moradas abrazaban sus piernas y unos botines negros abrazaban sus pies. Su pelo era del color del bronce bruñido y se movía graciosamente con cada paso. Sus verdosos ojos me lanzaban miradas de inquietud y de temor. Pero yo seguía allí, parado en la mitad de la acera, mirándola embelesado.
¿Qué otra cosa podía hacer? Me sentí como debieron de sentirse los antiguos conquistadores cuando llegaron a las Américas y descubrieron a las sacerdotisas del fuego. Diosas hechas de gráciles formas, de sutiles pensamientos. Ella no dejaba de mirarme como si fuese un fantasma. Se iba acercando,pero esquivándome a la vez. Pasó por mi lado dejando tras de si la estela de su perfume a jazmín, Me di la vuelta corriendo, pero sólo aceré a ver como se alejaba entre las sombras...
Desde entonces no puedo dejar de ver esos ojos verdosos en cualquier lugar. Me pregunto si no fue un sueño, una fugaz visión de alguna remota princesa, venida de un tiempo lejano...

martes, 4 de noviembre de 2008

Leyenda del Moldava



Típico cuento de viajeros, leyenda que cuentan los viejos alrededor de un acogedor fuego las frías tardes de invierno...Lo cierto es que toda leyenda tiene una base real, un ligero atisbo de lo que es, escondido tras lo que podría ser...Empieza así...
Era una oscura senda, apenas una susurrante hebra de tierra escondida entre los frondosos olmos. El silencio sólo se veía interrumpido por los suspiros del caballero, suspiros llenos de tristeza que hacían estremecerse hasta al mismo bosque. El caballero llevaba siglos caminando por el lóbrego sendero, como si de una antigua maldición se tratase. Cuando creía ver el final que auguraba la salida de ese negro bosque, se daba cuenta de que sólo era un recodo mas, otra vuelta en ese túnel en el que empezaba a asfixiarse. El camino era pedregoso, tanto que el caballero debía agarrarse de las ramas mas bajas de los árboles para no caer. Aunque a veces sus manos sólo agarraban el inexorable vacío, haciéndole caer...
El dolor destrozaba su alma mientras su garganta clamaba por el frío bálsamo del agua. Cuando la negrura se adueñaba de su mente y pensaba que iba a caer para no levantar jamás, la oscuridad fue retrocediendo, el bosque desaparecía para dar paso a una empinada pendiente, a un sendero entre flores: madreselvas, blancos lirios, grandes y vivas amapolas...El corazón del caballero se fue fortaleciendo con su aroma. Llegó a lo alto de una suave loma, y lo que vio lo dejó asombrado: Un imponente castillo erguía su mole tras la estela plateada de un río. Se paró un instante para apreciar la fortaleza en toda su magnitud. Altas torres coronadas por cúpulas, murallas infranqueables plagadas de almenas, matacanes, barbacanas. Se distinguía una gran puerta de madera oscura a la que se llegaba por un airoso puente que unía las dos orillas del río Descendió por el sendero hasta llegar al puente, custodiado por una torre imponente cuya puerta permanecía cerrada. Mil veces llamó, pero nadie acudió a abrir al exhausto caballero. Desesperado, miró en derredor hasta que su mirada se posó en un bote de pescador que había varado en la orilla. El caballero montó en el bote y remó hundiendo las palas en las gélidas aguas. Siguió remando hasta llegar al mediodía del río. Llegó hasta él una voz que le hizo pararse en seco. Una voz melodiosa, con un deje de descaro que le hizo estremecer. Nunca había escuchado salmo como aquel. Buscó la fuente de la voz y siguió su estela hasta unos pequeños islotes boscoso que había en el centro del río. Puso pie en el mayor de ellos. Un pedazo de tierra plagado de sicomoros que acariciaban con sus ramas la suave hierba. La voz lo llevó hasta el centro del islote, donde se alzaba un pequeño templete de níveo mármol. En el centro del templete había una fuente y sentada junto a ella había una criatura. Era imposible que fuese humana, irradiaba un halo de divinidad. La blanca piel, el negro pelo que le colgaba por la espalda, salpicado de pequeñas flores de azahar, suave manto de la noche plagado de estrellas. Tras unas sedosas pestañas se escondían los ojos mas perfectos que jamás tuvo la dicha de ver un alma mortal; pozos insondables de color avellana, alimentados por una luz imperecedera. La ninfa, pues no había duda de lo que este maravilloso ser se trataba, estaba ensortijando su pelo con un peine de plata labrada.
Apenas se inmutó cuando vio aparecer al caballero, al contrario, suspiró como si hubiese estado esperando ese momento desde que el Tiempo empezó su curso. Invitó con un ademán al caballero a sentarse a su lado. Uno junto a otro, se contemplaron en silencio. Ninguno de los dos se atrevió a hablar, tenían miedo.
Y ahí siguen, eternamente juntos en la isla de l Silencio, viendo pasar los siglos, mientras se miran a los ojos, conociéndose, sin jamás haber escuchado el eco de sus voces sobre la cristalina agua de la fuente.
(L)

domingo, 2 de noviembre de 2008

:)


El sonido del piano. Él. Ella. Antiguas notas secretas. Él. Ella.
Una sonrisa. Una fila de blanquecinos dientes ordenados en maniática armonía. Unos tiernos labios como marco. Un suspiro como aliento. Una sonrisa que evoca el cielo, de las que esgrimen las huríes que guardan las sagradas puertas del Paraíso.
Una carcajada que rompe el silencio de la noche. Como un manantial de agua cristalina que brota de la antigua fuente de un palacio.
Un puente. Un antiguo puente suspendido sbre el vacío. Arcos de formas perfectas, delicadas farolas de hielo forjado, una firme balaustrada de piedras duras. Al fondo Ella. Recortándose contra el suave azul del cielo, como mecida por las olas de un tranquilo mar en un atardecer de verano. Ella. Su sonrisa. Él se acercó con pasos vacilantes, manos sudorosas y una tímida sonrisa. Llegó a su lado. La sonrisa se ensanchó. La timidez dio paso a la alegría. Las sonrisas a carcajadas.
Él. Ella. El antiguo puente en honor al santo. Ella. Él. Los delicados acordes de aquela zarabanda. Ellos. Amigos.
Para Inés.
Por hacerme sonreír en los momentos tristes.
(L)

Nada


Sólo el eco de pasos en una habitación vacía.
Eso de lo que siempre huiste, que te produce tanto pavor, al fin ha conseguido llegar al oscuro rincón donde te habías escondido.
Indiferencia.
Temías quedarte indiferente cuando alguien importante en tu vida desaparecía para siempre; temías quedarte indiferente ante el dolor, el sufrimiento, las lágrimas, la miseria; temías quedarte indiferente ante la misma indiferencia.
Indiferencia.
Si, entonces te diste cuenta. Era la mejor opción, el mejor escudo ante las estocadas.
Tu rincón empezaba a ser visible, vulnerable.
Siempre te refugiaste en la imaginación.¿Nunca habéis estado en ese mundo? Puedes hacer tantas cosas como consigas imaginar: caminarás por el confín de la Tierra mientras Ulises te mira asombrado desde la Isla de las Sirenas; sentirás el aleteo de los pájaros sentado en una nube; pasearas por antiguos palacios que hace harto tiempo que el mar reclamó para su dominio.
Eres feliz en tu imaginación. Allí la palabra eternidad tiene algún significado. Allí siempre suena al piano esa antigua canción que te hace estremecer. Allí puedes ver desde tu ventana hasta el mas recóndito lugar.
Pero de repente, como un mazazo, vuelves a esa cosa que llaman realidad.
Y entonces es cuando venderías tu alma al diablo por sentir indiferencia, por ser de duro granito, de frío mármol.
Porque estás cansado de transformar la realidad para hacer tu realidad, porque estas cansado de entregar para no recibir nada.
Antes solías mirar el titilante brillo de una estrella, la veías inalterable desde el pozo donde te habías refugiado. Pero la estrella se apagó y te quedaste masticando el amargo gusto de la soledad.
Y desde tu oscuro sueño suplicaste por sentir indiferencia, pero el diablo te dijo que no tenías alma que vender, que hace tiempo que no eres capaz de amar.
Y se hizo una noche eterna, una triste oscuridad.
Y si, sentiste indiferencia, todo resquicio de amor que alguna vez pudiste tener desapareció fundiéndose con el vacío.
Desde entonces solo lo escuchas a él.
Al Silencio.