sábado, 13 de junio de 2009

Supervivencia



Hay veces que tenemos esa sensación mística. Hay películas, canciones, paisajes e incluso palabras que nos hacen atisbar la verdad. El velo que oculta el mundo a nuestros ojos se entorna con infinita delicadeza, con el susurro de las hebras de seda tejidas en el lejano oriente. Podemos intuir lo que no vemos.
Nos pintamos el rostro para ocultar nuestro rostro. Miles de años de historias nos han hecho descubrir América, inventar una bombilla, poner el pie en la airada Luna. Pero nosotros no hemos cambiado. No hay mucho que nos separe de nuestros antepasados. Somos como los antiguos egipcios abriendo las puertas de los santuarios a la gracia de los dioses; como los orgullosos romanos con sus mármoles inmortales; como las tristes doncellas de ojos almendrados que pululaban en los harenes de los grandes sultanes. Seguimos sintiendo, buscando aquello que aprendimos a llamar felicidad. Seguimos amando, tanto como para poner en peligro nuestro mundo por una griega de áureos cabellos.
Creemos en la evolución, en el perfeccionamiento de las sociedades, de la ciencia, del pensamiento. Sin embargo, con una pasmosa hipocresía, seguimos escondiendo bajo máscaras venecianas nuestros vidas, ocultando bajo artificiosos disfraces lo que de verdad anhelamos. Seguimos interpretando con fastuosa elegancia el papel que la vida nos otorga, porque a fin de cuentas, es eso lo que el Destino espera de nosotros.
Pero el velo se abre, embargándonos con esa vaga sensación de que no somos nadie, que no poseemos las riendas de nuestro Destino; trayéndonos un soplo de eso llamado magia. No la que se "oculta" en las bolas de cristal, las líneas de la mano o una simple baraja de cartas. Magia. Aquello que se oculta tras el velo. Pálido reflejo en el cristal de la magia que los hombres tenemos el don de crear. Amistad, con la caricia del césped y el arruyo del viento. Amor, con los ojos chispeantes y el corazón desbocado. Sueños, alimentados por el espíritu de superación y la esperanza. Todos los buenos sentimientos y sensaciones que embargan nuestra existencia. Sin embargo, en este maquiavélico sistema, también disfrutamos enormemente con el mal. Todo se trata de un frágil equilibrio entre lo bueno y lo malo.
Hay etapas en las que nos importa menos que una mierda ese equilibrio, que nos sentimos traicionados, hundidos, engañados, manipulados. Tarde o temprano eso pasa, dando paso a la melancolía, a la indiferencia. Entonces cruzas el velo, y te deja de importar todo lo que dejaste a tus espaldas, al otro lado. Dejas la máscara en el umbral, y te alimentas de esa sensación mística, buscándola a todas horas. Porque a fin de cuentas, ¿a qué otra cosa podrías agarrarte para seguir sobreviviendo?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu blog es genial!!!

Lía dijo...

Qué bien escribes joío =)

Besos!
P.d. He aprobado :D

Patt (tu compi de facul) dijo...

Vaya...anonadada me hayo, compañero. Escribes maravillosamente =)