miércoles, 10 de marzo de 2010



Hoy era uno de esos días.

Me levanté más temprano que de costumbre, con la tranquilidad de tener tiempo para hacerlo todo. Me duche despacio, disfrutando de la caricia del agua caliente, embobándome con las clásicas volutas de vapor.
Salí del portal sonriéndole al aire helado de la mañana. Mirando con ojos chispeantes como el madrileño sol pintado teñía de esmeraldas los setos. Ni siquiera me importó el peculiar aroma del metro, cloaca andante.
El documental empezó como todos, apagando las luces, buscando una cómoda postura sobre la mesa y preparándome para resistir estoicamente con los ojos abiertos.
Pero este era diferente; no había ni historia, ni tipografías, ni nada de esas pesadillas recurrentes. Este era diferente, si. Nora es una boliviana que trabaja en España para poder ayudar a su familia, está sola, triste, cansada. Pero eso no es lo peor, lo peor es que es totalmente invisible. Invisible para los que la rodean, para los ancianos y niños que cuida sólo es Nora, una sombra que se desliza por los límites de su conciencia.
Nora es cajera del supermercado. Nora es la que se duerme en el metro porque no tiene tiempo de hacerlo en otro sitio. Nora es la niña que sufre el acoso de sus compañeros por ser extranjera.
Pasamos al lado de cientos, miles de Noras al día, pero pasamos sin verlas, invisibles.

Anda Antonio, llevas demasiados días malos, métete en la cama, que mañana sí que sí, será un buen día.
Qué mejor forma de terminar el día que limpiando los conductos lacrimales.