miércoles, 30 de diciembre de 2009




El desierto rugía con la voz de mil titanes, orgullosos, enfurecidos. Ráfagas de arena luchaban por convertirse en su sudario. Tenía los labios agrietados, la garganta cerrada por la sed y el corazón acongojado por el incierto final de su larga travesía.
Volvió a consultar los mapas, las cartas náuticas, los legajos y mil papelorios que atiborraban su mochila. Nada. Solo vagas pistas y confusas alusiones, nada en claro, nada definitivo, nada de verdad. Se dejó llevar, sin pararse a pensar, dejando que sus pasos llevasen el control de su cuerpo, recorriendo un sendero invisible sobre el ardiente y silíceo mar. Cerró los ojos, cansado, derrotado, pero sobre todo, aterrado. Aterrado de que todo aquello con lo que siempre había soñado no fuesen más que leyendas para entretener a los sultanes en sus lujosos palacios de mil cúpulas.
Casi mil años desde que emprendió el viaje, o al menos así se lo parecía. Mil años de desengaños, de promesas rotas y camas vacías. Quizás ese fuese su último viaje, la última vez que se arriesgaba a buscar el sentido de todas las cosas. El viaje comenzó como algo automático, auspiciado por la revelación de los más profundos sueños. Los hados del sueño se le aparecieron como espectros, gráciles, volátiles y le hablaron sobre un lugar; recóndito escondrijo en las entrañas de la tierra, protegido por un ardiente desierto, donde encontraría aquello que su corazón mas anhelaba.
Abrió los ojos, instintivamente, y vio una entrada tallada en antigua roca volcánica. Con el corazón desbocado y una inusual sensación de vértigo en la boca del estómago bajó los gastados escalones. Un pétreo bosque de columnas sostenía un techo que se perdía entre las sombras. Avanzó entre las columnas con mil preguntas bulléndole en la cabeza. ¿Qué sería aquello qué mas anhelaba? ¿Qué escondería las entrañas de aquel desierto?
Del fondo provenía un resplandor dorado. Tras un arco, una estancia más pequeña le cerraba el paso. Cientos de bujías en platillos dorados la iluminaban. Olía a canela, a jazmín, a un atardecer sobre una alta colina. En un pequeño sitial, había sentada una anciana. Miles de arrugas surcaban su rostro como profundos surcos de los campos arados. Tenía unos profundos ojos oscuros que estaban clavados en él, sin sorpresa, como si llevase tiempo esperando su llegada.
-Soy la Diosa que todo lo Ve, más antigua que el mundo y más sabía que la misma Tierra, sé porqué estás aquí y que buscas, como también sé las respuestas a tus preguntas. ¿Y tú? ¿Sabes qué buscas realmente? Te concederé tres deseos, pero piénsalos con calma, porque los deseos son las más peligrosas pasiones que destila el corazón humano- su voz era como el murmullo de un tranquilo riachuelo sobre las milenarias piedras.
-Venerable Diosa, cuando era pequeño, mi madre me contaba una antigua historia venida de lejanas tierras; en los albores de la creación, los dioses, enfadados con los humanos, los separaron en dos, dividiendo el alma en dos partes que vagan por la tierra esperando encontrarse, dos mitades de un todo completo, perfecto. Mucho he viajado para encontrar la otra mitad de mi alma, tanto que ni yo recuerdo el inicio del fracasado viaje, pero nada hallé que merezca ser recordado. Vengo a pediros consejo humildemente.
-La otra mitad de tu alma te está buscando con el mismo empeño que la tuya. Pero ten cuidado, una vez unidas las dos partes del alma, para conservarlas juntas, necesitarás de mucha perseverancia. Un alma completa solo permanecerá unida si ambas partes cuidan de que eso sea posible.
-No me asusta el esfuerzo, ni los sacrificios, prometo hacer que el castigo de los dioses no sea válido, y que las palabras “para siempre” adquieran un significado pleno.
-Tienes tres deseos; cuando salgas de esta gruta no podrás volver a encontrarla jamás, y los deseos se habrán cumplido.
-El deseo más caro a mi corazón y quizás el más importante, es que la otra parte de mi alma nunca quiera separarse de mí, poder despertarme todas las mañanas y que se me escape una sonrisa tonta al ver que está ahí, como ayer, como estará mañana; la eternidad adquirirá algún significado, porque habrá algo que querré conservar por siempre. El segundo deseo, venerable diosa, es que yo esté a la altura de lo que la otra parte de mi alma espera de mi, que nunca quiera separarse y hacerme volver a vagar solo por la errante tierra. Y por último, mi tercer deseo es que la otra parte de mi alma me dé la mano para recorrer juntos nuestra vida terrenal, que no me la suelte nunca, que aunque pasen décadas, siga olvidándome de respirar cuando me dé un beso, me pierda en sus ojos y el Tiempo se pare, benevolente. Sé que pido más de lo que se pueda conceder venerable Diosa, pero no renuncio a encontrar a mi otra mitad, a formar un todo que le dé sentido a la búsqueda de aquello que le dará sentido a mi vida.

Me desperecé, sacudiéndome el sueño entre bostezos. Escuché con los ojos cerrados. La lluvia golpeando furiosa el cristal de la ventana, dos respiraciones que se acompasaban. Abrí los ojos y te vi. Mirándome divertido, sonriendo, recostado contra mi almohada. Me reí, primero con una tímida sonrisa y luego con sonoras carcajadas. Me miraste extrañado aunque sin dejar de sonreír con esa sonrisa que me hace perder el aliento.
-¿Qué es eso tan gracioso? ¿Soñabas qué me caía por la ventana?
-No idiota: el poder de la Diosa es mayor del que pensaba, se cumplieron mis tres deseos- te contesté con la voz entrecortada.
No intentaste buscarle lógica a mi chifladura, solo sonreíste de nuevo, te acercaste y me besaste. Me besaste, me besaste, siempre.

Primera parde de ti.